Episodio 12
Visión hueca



   

    Gyeong estaba sentada en la soledad de la biblioteca, aún no habiendo amanecido. Había logrado estar al cargo de todos los turnos hasta ahora y estaba lista para caer de bruces en el suelo, pero aún quedaban cosas por hacer antes de que pudiera merecer un descanso completo.

    Muchos libros se apilaban a su lado y ya casi alcanzaban su altura, mientras ella seguía pasando rápidamente las páginas.

    Nada. Tomó el siguiente. Un libro sobre el estilo de vida norcoreano según un agente estadounidense, que rechazó rápidamente y dejó a un lado sin molestarse en hojearlo. Todavía quedan muchos libros. ¿Por qué tienen tantos? ¿Acaso alguno de esos burros es capaz de procesar palabras escritas? Apuesto a que todavía están atascados en los libros ilustrados para niños.

    Se arregló el flequillo, que estaba un poco desordenado por las gotas de sudor que le caían de la frente. Se le acababa el tiempo. Cuando miró el reloj de la pared, eran casi las 7. ¿O eran las 8? Suspiró y empezó a devolver rápidamente todos los libros a la estantería. Murmuró molesta sobre como no había conseguido ver ni siquiera una parte sustancial de todo lo que había en la biblioteca.

    Una vez que terminó de colocarlos en su lugar, se dirigió hacia el salón principal y hacia la sala de reuniones. Hacía mucho tiempo que no organizaban una reunión como es debido, y solo Banan estaba allí. La zagala estaba preparando un montón de papeles y un mapa para mostrar a todos cuando llegara la hora.

    —Buenos días. —Dijo Banan mientras se subía a una silla para intentar fijar una de las esquinas del mapa al borde del panel principal. —¿Puedes hacer el otro lado? Si lo intento uno por uno, el peso del mapa hace que se caiga.

    —Claro. Gyeong cogió una silla y se subió a ella para sujetar la otra esquina. —¿Así?

    —¡Perfecto, sí! Ahora, quería discutir el plan antes de que llegue nadie.

    Ambas dejaron las sillas a un lado y se inclinaron sobre el mapa que tenían delante.

    —Tenemos que dividir las fuerzas. Tengo información interesante sobre quienes podría tener nuestra información, o al menos estar interesados en ella. Banan le entregó un informe firmado por nada menos que Sadhil. —Sin embargo, ni las fuerzas occidentales regulares ni los soviéticos nos quieren en su territorio.

    —¿Hay alguien a quien le gustemos, para empezar? —Se burló Gyeong.

    —La cuestión es Alemania. La gerente se ajustó las gafas. Se le caían constantemente debido al sudor. Por mucho frío que hiciera dentro de la montaña, al fin y al cabo estaban haciendo ejercicio constantemente. —Dividida por los maníacos del Cuarto Reich, mientras que los soviéticos controlan la parte oriental. Y ambas partes ya están hartas de que espías de otros países vayan allí a intentar robar sus secretos. Sinceramente, a ambos les beneficiaría destruirnos.

    —¿Y dices que podría haber alguien en medio de eso que pudiera saber de nuestras divisiones?

    —Sí. Mi plan es enviar a un pequeño grupo para que se infiltre. Tenía pensado entrevistar a todo el mundo y obtener el mejor resultado estratégico posible. Pero...

    —Necesitas que al menos sean capaces de entenderse y mezclarse con la gente de allí. —señaló Gyeong con la mano.

    —Exacto. Solo tenemos a tres personas allí que podrían ayudarnos con eso. Ya envié su información a un partidario de las Divisiones que se encuentra allí y que les proporcionará lo necesario para infiltrarse en ambos bandos. —Banan reflexionó mientras le entregaba los archivos a Gyeong, esperando su aprobación.

    —Hum. No quiero ser cruel respecto a tus decisiones, pero... ¿De verdad crees que es buena idea lanzar estas cartas? Es como deshacerte de tus mejores bazas a cambio de nada. Puede que ni siquiera vuelvan con vida.

    —Aunque no te lo creas, creo en ellos.

    —Hum...

    Ambas compartieron un momento de silencio.

    —De acuerdo, entonces. Llamemos a todos para la reunión informativa.

    Caminaron por los pasillos y Gyeong se sentía profundamente inquieta por lo rápido que avanzaban las cosas. Por no mencionar que la cara de su lacaya estaba mucho más alegre de lo habitual. Porque sabía muy bien que eso significaba que se había acostado con un hombre la noche anterior.

    Uf. Pensaba que esta era guay, pero está tan comida por la lujuria como todos los demás. ¿Por qué no puedo encontrar a alguien limpio y diligente? Ella seguía esbozando una sonrisa cuando Banan se daba cuenta de que fruncía el ceño y fingió a toda prisa estar bien. Incluso las mujeres de mi antigua división participaban en esos actos entre ellas. Ya nadie se toma en serio el deber, hay que fastidiarse.

    No había nada más que decir de camino a la cafetería.

***

    —Je.

    Elizabeth estaba metiendo todas sus pertenencias en una pesada mochila y riéndose, feliz por una vez. Apenas se había recuperado y su cuerpo todavía estaba vendado, pero la chica estaba lista para partir. Ahora que sabía que podía ir en una misión a su ciudad de nacimiento, ahora gobernada por el Reich, la idea de escapar por fin le producía una sensación deliciosa. Ni siquiera tendría que luchar por ello, solo inclinarse y escabullirse del equipo.

    Por fin me pasa algo bueno. Ya estaba convencida de que iba a desperdiciar mi juventud en este maldito agujero.

    Ya podía oler el pan de la panadería que había cerca de su casa en aquellos días. Tener una cama cómoda y cálida. Y sin jefes ni compañeros molestos que la hicieran sentir peor o tener que demostrar su valía o sus ideologías.

    Después de terminar sus preparativos, se dirigió al taller. Esperando que en esos últimos momentos no se cruzara con Emil en ninguno de los pasillos. Sus botas marchaban con total indiferencia por cualquier recuerdo que tuviera de ese lugar. El frío de la nieve que rodeaba el edificio pronto se convertiría en comodidad, con sus antiguos compañeros de piso que la seguían a todas partes y se unían a sus violentos arrebatos en el pasado.

    Al poco rato llegó al taller y entró sin llamar, solo para ver a Bakarne ya allí, con su propia mochila lista.

    —Hola. —Saludó la mujer con gafas. —¿Lista para el trabajo?

    —Una pregunta. ¿Tú por qué coño estás en la misión?

    —De apoyo moral, supongo.

    —Joder, pues estámos buenos. ¿Me puedes dar más recargas para la UZI? No había necesidad de saludos. Quería tenerlo todo listo y llegar a la salida cuanto antes.

    —Claro. La mujer ya las tenía sobre la mesa y solo tuvo que empujar las cajas con una mano para que cayeran en las manos de Eli. —Aquí las tienes. Me reuniré contigo después de cargar las municiones para nuestro otro recluta.

    —No llegues tarde. —Exigió la princesa gótica.

    El intercambio fue breve, pero ella no podía contener su emoción. Se marchó tarareando áltamente mientras Rurik entraba en el cuarto. A diferencia de lo que solía hacer la División, Banan le había hecho unirse al equipo dividido para investigar ambos lados de Alemania e incluso le había prometido que podría unirse oficialmente si conseguía que la misión en el lado este era satisfactoria. En cuanto a Eli, no tenía intención de volver del lado oeste, gobernado por el Reich.

    Estaba a mitad de camino de llegar a la planta baja, pero se dio cuenta de algo. El peso no era el adecuado. Una de las cajas que había cogido solo estaba a medio llenar.

    Mmmrgh.

    A regañadientes, dio un paso atrás y se dirigió al taller para presentar sus quejas. Una vez más, no se tuvo en cuenta la privacidad en absoluto, así que abrió la puerta para acabar viendo cómo Rurik agarraba a Bakarne y ambos se besaban en silencio. Elizabeth contuvo la respiración y logró tragar saliva en silencio al mismo tiempo que se percataba como Bakarne había abierto uno de sus ojos y le lanzaba una mirada fulminante. El hombre, que era muy alto, estaba demasiado concentrado en el beso, por lo que no reaccionó ya que Bakarne tampoco se detuvo. Todo aquello superaba el nivel de perturbador y erótico, de una forma retorcida, que Elizabeth era incapaz de procesar mentalmente. Así que se marchó, cerrando la puerta tan silenciosamente como pudo.

    —Vale. Respiró con dificultad en el momento en que la puerta hizo el ruido característico al cerrarse. —Realmente no esperaba ver eso nunca. ¡Siempre fue una broma, joder! Se alejó hacia el vestíbulo principal, sin más munición. Con la cara completamente roja como una sopa de tomate recién hecha y toda la piel caliente. ¿Así es como se ven dos adultos de verdad cuando se gustan? Mierda, eso si que acojona la hostia.

    Por una vez, se alegró del frío que la recibía fuera, pero ni siquiera eso fue capaz de calmar el calor que sentía en las mejillas y en las piernas vestidas con medias.

    Me he follado a muchos tíos con todos mis juguetes sadomasoquistas, pero eso fue totalmente diferente. Me encantaría algo así algún día, para qué mentir...

    Por fin llegó a la puerta y encontró a la jefa y a la gerente esperándola.

***

    Pujay estaba sentado educadamente, con sus manos con garras descansando sobre sus piernas y agarrándose entre sí, y su colorida túnica inmóvil a pesar del viento que entraba por la abertura del hangar. Fanny estaba revisando uno de los aviones, asegurándose de que nada estuviera fuera de lugar. Aunque su especialidad eran las máquinas explosivas, había una sensación inquebrantable de peligro pegada a su subconsciente, y tenía que volver a comprobarlo todo otra vez. Nada parecía irregular o preparado de forma sospechosa. El depósito de combustible estaba herméticamente cerrado y sin arañazos. Los controles se movían a la velocidad prevista y las medidas de seguridad estaban en su sitio. Suspiró.

    Observando con profundo interés, Pujay bajó de su sitio para mirar a la chica más de cerca. Afortunadamente, nadie más que Chamán era capaz de notar su presencia, lo que le facilitaba husmear por la base. Aunque no le importaban mucho los asuntos de los mortales, no podía dejar de divertirse con lo extrañas que se habían vuelto las civilizaciones modernas. En su época, las cosas no eran necesariamente más pacíficas, ya que las guerras eran, lamentablemente, parte de la historia de los homínidos. Pero ver cómo se esforzaban por desarrollar tales armamentos en una época en la que podían compartir la comida y el hogar por igual, era algo que no podía comprender.

    Su propio significado era la representación de los demonios internos que todos los humanos tenían dentro, pero no del tipo malvado, sino del más alegre, pecaminoso y fiestero. Porque todos los humanos tenían una naturaleza bromista y necesitaban liberarse de la vida cotidiana. Aunque a veces le apetecía darle un golpe en la cara a George por no saber escribir correctamente su nombre, Pujllay, pero ya se había encariñado con su falta de neuronas.

    Así que se identificaba con la naturaleza que los miembros tenían la mayor parte del tiempo, pero desde hacía unos días el cambio en el estado de ánimo era tan diferente que incluso él sentía la necesidad de romper sus propias reglas de no interferir. Siguió a Fanny, curioso por su ansiedad. Ella no era la que iba a tomar el avión, así que ¿por qué parecía tan interesada en asegurarse de que todo funcionara bien?

    Después de un rato largo, esta finalmente se rindió y salió del hangar, quedando solo Pujay allí.

***

    Sadhil estaba en el baño, tratando de limpiar un poco más la sangre que se había secado en su nariz. Por mucho que intentara limpiarla con cuidado, había sangrado tanto que aún quedaban partes secas en el interior y había que limpiarlas con precaución para evitar infecciones. Por muy laborioso que fuera, al menos sabía que solo era cuestión de tiempo, pero no le parecía que tuviera tanto tiempo que perder. Lo que no podría arreglar hasta pasado un tiempo era la nariz en sí, ahora torcida hacia la izquierda. Se las arregló para mantenerla más o menos centrada, pero se notaba fácilmente viéndole desde el frente. Aunque, debido a las tiritas, era un poco más difícil de distinguir.

    Esa pedazo de mierda rusa. ¡La rinoplastia no es barata! Uf, tengo que escabullirme un rato para buscar un cirujano que me arregle este desastre en la cara. Gracias que será más pronto que tarde.

    Miró la fila de espejos del baño común. Su nariz vendada y los moretones le recordaron su primera cirugía para cambiar su rostro. Algo a lo que ya estaba acostumbrado. Tal y como cabría esperar de un espía de primera clase, su rostro original había desaparecido hacía tiempo e incluso él mismo había quemado todas las fotos que había podido encontrar en la casa de su familia. Se había asegurado de borrar su infancia, su juventud... cosas que, de todos modos, no tenían ningún valor para él.

    Si pudiera, incluso quemaría a su propio padre.

    Sadhil intentó olfatear un poco, tratando de comprobar lo difícil que le resultaría respirar sin sentir dolor. Pero también que tan suave era capaz de hacerlo. Mantener la respiración silenciosa era otra cosa que tenía que entrenar. No solo por sus misiones, sino por su propia y miserable perversión. De hecho, ahora era incapaz de recordar cuándo fue la primera vez que realmente sintió algo al participar él mismo en el sexo. Mientras se lavaba las manos para quitarse los restos de sangre, supo que era básicamente imposible. Desde sus días como botones, cuando descubrió su pasión por observar en la oscuridad a los huéspedes de uno de los numerosos hoteles de cinco estrellas de su padre, era muy consciente de que nunca iba a poder sentir nada con sus propias acciones más que con la emoción del voyeurismo.

    Je. Quizás sí que tienen razón al decir que estoy jodido.

    Con cuidado, se lavó las manos alrededor de las vendas para evitar la humedad y dejó que el agua fría le refrescara la cara para aclarar sus ideas.

    Hm. Se volvió a poner su caro reloj y miró la hora. Todavía me quedan unas horas antes del viaje. Podría intentar cascarme antes de marcharme de este lugar.

    Después de salir del baño, intentó darse la oportunidad de hacer una rápida inspección. Las tropas estaban cansadas. La moral, por los suelos. Esa era una de las mejores partes. Cuando cruzó algunas de las puertas que daban al exterior, se alegró mucho de ver que la expedición hacia la Alemania dividida se preparaba para partir. Su plan de convencer a la manager de que ellos eran el equipo más adecuado había funcionado, por lo que no tendría que volver a preocuparse por ellos nunca más.

    Ahora tenía que asegurarse de echar bajo el autobús a la propia gerente, pero eso estaba en camino. Y si algo había aprendido gracias al dolor de su nariz, era que no podía precipitarse ni dejar que su propia falta de paciencia arruinara todo el camino perfectamente trazado hacia la victoria.

    Al final, este lugar será mío. Y entonces seré yo quien disfrute de lujos en lugar de inclinarme ante los demás. Al menos, la comodidad de su habitación era agradable. Al ser el tercer Élite mucho más capaz, los superiores lo habían mimado de una forma que los demás reclutas ni siquiera podían soñar. Se tiró en la cama y su mente empezó a pensar en todas las cintas que ya había grabado y en ver quizá una ahora para animarse rápidamente.

    Al menos, su reproductor seguía a salvo, al igual que su colección de pecados.

    Su cuerpo saltó instintivamente para comprobarlo. Todo estaba en su sitio. Por un momento, temió que ese monstruo hubiera entrado en la habitación para destruirlo todo, pero no parecía ser el caso. Tras unos minutos, ya había encendido la televisión y estaba listo para pulsar el botón de reproducción...

    Toc, toc.

    —Por supuesto, tenía que ser justo cuando iba a relajarme. Deseaba que fuera una sorpresa y que quien llamaba fuera otra persona. La gerente, cualquiera de los reclutas, demonios, incluso preferiría que fuera el comunista. —Un momento.

    Pero era Juan.

    —Espero que ardas en los abismos más profundos del infierno. —Espetó Sadhil.

    —Entonces nos veremos allí en el futuro. —Dijo el hombre con descaro. Ni siquiera se molestó en pedir permiso y entró en la habitación. —Oh, ¿vamos a ver algo antes de irnos?

    —¿Vamos? No, no, no. Piérdete. Solo quiero trincarme una yo solo. Haces que todo sea mucho más incómodo con tus comentarios. Sadhil alcanzó su punto de ebullición. Sacó su pistola del bolsillo y disparó. Para su consternación, Juan fue lo suficientemente rápido como para esquivarla. —Maldita sea, ¡¿por qué no me dejas en paz!?

    —¡Somos cómplices! Juan tuvo la suerte de esquivar la segunda bala, que le rozó el pelo antes de quedarse clavada en la pared. —¡Por favor, acabo de hacer todo lo que me has dicho! ¡¿Qué más quieres de mí para ser tu amigo!?

    —¡Porqué! ¡Querría! ¡Yo...! Sadhil puntuaba cada una de sus palabras con un nuevo disparo fallido mientras Juan se escondía debajo de la cama para escapar de su fatal destino. —¡¿Ser amigo de alguien COMO TÚ!? Y disparó la última bala que le quedaba.

    Durante unos breves instantes, la habitación quedó en silencio. El indio contenía la respiración, tratando de asegurarse de que no oía nada moverse. Ni un solo ruido. ¿Habría conseguido acertarle a pesar del colchón? Pero no salía sangre ni aparecía en el suelo. Y después de unos tensos momentos, Juan asomó la nariz por debajo de la cama.

    —¡Aaaaagh! Sadhil perdió las fuerzas y cayó de rodillas. —Ya me da todo igual. Haz lo que quieras. Ahora mismo no estoy de humor para esforzarme...

    —Oye, oye. ¡No te desanimes! ¡He venido aquí solo para darte fuerzas antes de marcharte!

Juan salió de debajo de la cama para levantar a su compañero y lo sentó en el borde de la cama.

    —Solo con mirarte me siento más deprimido. —Se burló debilmente Sadhil, y dejó caer su cuerpo sobre la cama con un ruido sordo. Ya no le importaba masturbarse. Una siesta antes de salir a cumplir su misión era más que suficiente. —Despiértame dentro de tres horas más o menos.

    —Tío, no seas así. Todo el mundo me odia en este lugar y tú eres el único que me habla. Juan se sentó en el borde, junto a él.

    —¿Y de verdad que eres incapaz de pisparte por qué? —Dijo el espía en voz baja, más que nada para sí mismo. Se llevó la mano a la frente y notó que estaba bastante caliente. El dolor de cabeza también iba en aumento.

    —Cállate. No es justo, ¿vale? Primero, mi tío no me pone al frente de este lugar ni me asciende. Todos me tratan como un pañuelo usado en el suelo. Ninguna chica se inclina hacia mí para follar. Y el único tipo con el que trabajo solo me utiliza, pero se niega incluso a charlar conmigo a pesar de llamarme amigo. Que te jodan, media mierda tercermundista.

    Mmmh. Quizás debería haberlo manipulado de otra manera. Este tipo es demasiado inestable mentalmente como para mantener la boca cerrada a este ritmo. Suspiró y pensó por un momento qué podía hacer para mantener a Juan en su sitio. Por un momento, pensó en dejarle su colección de cintas mientras él estaba fuera, pero no confiaba lo suficiente en él. Tengo que hacer algo que realmente lo vincule positivamente a mí para que siga obedeciendo. ¿Debería intentar conseguirle una mujer de pago o...?

    —Eh, Juan. —Comenzó Sadhil. ¿Eres virgen?

    —¡¿Qué clase de pregunta es esa?! —Gritó el hombre. ¡Por supuesto que no! He tenido cientos de mujeres antes.

    —...

    —Quizás solo la mitad de eso.

    —...

    —Solo... unas diez...

    —Juan.

    —¡Vale, cabrón hindú! ¡Soy virgen! ¿Algún problema? —Espetó rabiosamente. —¿Vas a humillarme más de lo que ya estoy?

    Sadhil volvió lentamente a sentarse y miró a Juan directamente a los ojos. Sonriendo, además.

    —Si nunca has conocido ni a una mujer ni a un hombre... ¿cómo sabes que no te gustan también los tipos? El espía sensualmente apoyó la mejilla en su mano, ahora cerrada en un puño. —Ya que deseas tan desesperadamente estar cerca de alguien...

    —No me jodas con esas cosas, chaval. Juan se levantó rápidamente, con un escalofrío recorriendo su espalda. —Si alguna vez me follo a un tío, ya te digo yo que no será a alguien como tú.

    —Oh. Sadhil también se levantó. —¿Así que eres capaz de considerar follar con un hombre? Si es lo suficientemente femenino, le darías.

    —Yo no soy un homosexual depravado de esos. Puede que a ti no te importe en qué agujero la metes, pero yo tengo mis principios.

    —Eso duele. Creía que era tu amigo.

    El dolor fingido y el desorden emocional del espía parecían empezar a surtir efecto. Sadhil solo tenía que seguir presionando. Se recostó, se llevó la mano al corazón, apartó la mirada del español y le quebró un poco la voz. Con unas cuantas respiraciones entrecortadas.

    —No, tío... Yo... Ambos estaban muy cerca, ya que Juan se arrodilló para apoyar la cabeza en las piernas de Sadhil. —No quería hacerte daño.

    ¡Y...! Otro que cayó en la trampa. Sadhil, maldito demonio, tienes suerte de haber nacido con el don de la actuación. La mano de piel oscura agarró con seguridad el pelo rubio falso de Juan. El hombre, ahora sollozando, lo miró.

    —Harías cualquier cosa por mí, ¿verdad, Juan..?

    Era uno de esos momentos extraños en los que no sintió la necesidad de grabar. De alguna manera, follarse y quemar el ojete de Juan era más que suficiente para mantener su cabeza entretenida durante un par de horas. Y aunque quería hacerle pagar por todos los dolores de cabeza, tuvo la consideración de usar un poco de lubricante para suavizar las cosas. El propio Juan tuvo que convencerse a sí mismo de ello, tratando de recordar que Sadhil tenía un cuerpo delgado, casi femenino, para que su cerebro no se flagelara por lo bien que se sentía. Probablemente fue la erección más vergonzosa que había tenido nunca en su vida.

    Si su tío estuviera vivo, probablemente lo habría machacado en sus mejores momentos. Pero como Lázár estaba cada vez más loco, probablemente no le habría importado en absoluto. Juan hizo todo lo posible por no pensar en su tío, ahora desquiciado y con la cabeza agujereada. Las imágenes de un Sadhil más femenino y hermafrodita follándolo eran lo mejor que podía imaginar, pero pronto fueron reescritas una y otra vez con la imagen real de él.

    Me niego a creer que estoy tan cachondo en esta situación. Pensó Juan, pero el tacto de las ágiles y mucho más experimentadas manos de su mejor amigo bastaron para pellizcar y pinchar en los lugares adecuados, evitando que su polla, que no es que fuera muy grande, se quedara flácida. Ambos estaban bastante callados, ya que la incómoda sensación del momento aún no se había desvanecido lo suficiente como para que pudieran disfrutar al máximo. Sadhil se acercó y lo abrazó por la espalda mientras le seguía abriendo el ano.

    —Ahh... Hmm. —El español tuvo que morder la almohada y enterrar su vergüenza y su orgullo juntos.

    —Hm. ¿Estás bien? Puedo parar si quieres.

    —No, está bien...Sigue.

    Sadhil no necesitó ninguna otra orden y se apretó a Juan un poco más fuerte, hasta que ambos se corrieron al mismo tiempo. Juan sintió cómo su propio semen se desparramaba por la cama al mismo tiempo que lo hacía la polla palpitante y cubierta de Sadhil en su interior. Al retirarse, este se quitó el condón y lo tiró a la papelera a la primera.

    —¿Ha estado bien? Sin inmutarse, sacó un cigarrillo y lo encendió. —¿Quieres uno?

    —Sí, me vendría bien. Juan lo cogió y dejó que su amigo se lo encendiera. Sudaba profusamente a pesar del frío. —Entonces...

    —No. Lo. Estropees. Los fríos ojos negros lo atravesaron. Juan sonrió dócilmente.

    —Pues ha estado bien, sí. —Dijo al final. —¿Esto me convierte en gay o cómo funciona la cosa?

    —Siempre has sido un gran maricón, no tienes que preocuparte mucho por ello.

    —Tremendo hijo de puta.

***

    Emil sostenía la mochila de Banan mientras ella preparaba sus pertenencias para el viaje. El avión ya estaba listo con los documentos que necesitaba para la reunión de los líderes de la División en Iberia. Uno de los documentos era una petición directa y estricta para traer nuevos miembros, el otro para volar el lugar si la operación para cortar la filtración de información terminaba en fracaso.

    —Entonces, ¿dices que también te encargarás del entrenamiento? —La gerente lo miró. Era incluso más bajo que ella. Como un palillo pequeño y delgado que se rompía fácilmente con un par de dedos dispuestos. —¿Por qué?

    —¡Puedo hacerlo! Cuanta más gente al mando, mejor, ¿no?

    —Bueno, supongo...Banan apartó la mirada y vio que su compañero de viaje por fin llegaba. —Lo siento, pero tengo que irme. Haz lo que creas mejor.

    Sadhil puso su maleta en el compartimento y lo cerró. No dijo nada sobre la presencia de Emil y señaló con elegancia hacia el avión.

    —¿Nos vamos ya? No quiero hacer esperar mucho a esos monos trajeados. Cuanto antes nos ganemos su simpatía, más rápido se rendirán a nuestras necesidades, lo cual les beneficiará a ellos mismos. Incluso tenía el sentido de la moda para llevar un elegante sombrero fedora negro y se inclinó profusamente ante Banan. —No abandonarán la posición de su querida 17 como si nada, sobre todo si hablamos directamente con ellos, ¿verdad?

    —Así debería ser. Banan se ajustó las gafas. Entonces se dio cuenta de que George también estaba entrando en el hangar. —Por favor, entra, te sigo en un minuto.

    Sus pasos se acercaron silenciosamente al agente, que parecía tan preocupado como de costumbre. Ella odiaba eso, pero, por supuesto, a ella misma también le preocupaban muchas cosas sobre los planes que se habían fijado ese mismo día. Sin embargo, dado que estaban en juego las vidas de todos, tuvo que tragarse su inquietud. Se acercó y George sintió que sus mejillas se sonrojaban bajo la máscara.

    —Ten cuidado ahí fuera. He oído que España está en el bando pacífico de la guerra, pero...

    —Estaré bien, G. —La manager sonrió. —Dime, ¿sigue siendo Rescate en Nueva York tu película favorita?

    —Bueno... Hay una película que se estrenó justo antes de venir aquí llamada Jungla de Cristal que también me tiene bastante obsesionado, pero... Se rascó la nuca. —Supongo que sigues acertada al pensarlo.

    —Hum. Es un alivio. Por favor... Ella le agarró suavemente la mano enguantada. —Mantén este lugar a salvo mientras estoy fuera.

    —Yo... lo haré, claro. Él le devolvió el gesto y rodeó sus manos más pequeñas con las suyas. —Te esperaremos.

    El rostro de Banan se iluminó con una amplia y brillante sonrisa, y ella tuvo que darse la vuelta y darle la espalda para que él no se diera cuenta de que estaba a punto de volver a derramar algunas lágrimas. Y esa fue la última vez que hablaron. George miró a su alrededor y vio que Pujay lo estaba mirando. Solo un gesto esperanzado con la cabeza... Y el espíritu bromista siguió al avión, que ahora cruzaba los fríos cielos de Turquía, mientras el agente solo podía mirar.

    —¿Cuánto tiempo tardaremos en llegar a la península ibérica? —Preguntó Sadhil, ya sentado, con el cinturón de seguridad abrochado y el casco puesto.

    —Probablemente más de seis horas en esta cafetera. Comentó Banan, y le dio un mapa y una novela que había por allí. —Toma, entrente mientras tanto.

    —Oh, mejor que los vuelos comerciales ya está siendo. ¿Cómo se supone que voy a leer con esto puesto?

    —No me molestes mientras piloto o la tenemos.

    En el hangar, George estaba solo, esperando lo mejor y que la reunión también tuviera éxito. Estaba tan absorto en sus propios pensamientos que ni siquiera notó que alguien se había acercado a él hasta que oyó una respiración pesada y entrecortada.

    —¡Asegúrate de volver de una piezaaaaaa! —Gritó Fanny. —¿Me has oídoooooo?

    En ese momento, Banan se alegró de estar lejos. Sí, de alguna manera pudo oírlo, como un dolor fantasma que llegó para advertirla.

    No te preocupes, mi querida rival. Volveré para la segunda ronda. Aún me debes mucho dinero en concepto de indemnización por todos tus destrozos.

    Y Banan sonrió, tirando más de los mandos, con el avión cruzando la pintura azul ahora clara que cubría La Anomalía.




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