Episodio 11
Porque solo deseo dos cosas en este mundo



   

    A medida que el sol salía lentamente, el cansado grupo que había estado de guardia esa noche se sintió aliviado, ya que nadie había entrado. Para hacerlos rendir mejor, Gyeong y Banan ordenaron a la mayoría que fueran a dormir. Algunos de los guardias que aún estaban suficientemente descansados se quedaron en su puesto, al menos sentados, mientras que la otra mitad de la división ocupó sus lugares.

    Poco después del amanecer, les ofrecieron el desayuno y en un extraño acto de verdadera empatía, la jefa abrió una caja que guardaba para ocasiones especiales. No había gachas ni tostadas quemadas, sino que, por una vez, les sirvieron café instantáneo y cacao, y algunos bollos no del todo rancios, como croissants y magdalenas sencillas de bolsa. A todos les encantó. Incluso aquellos que estaban a punto de desmayarse por el sueño hacían cola para recibir su ración como niños felices.

    Incluso Banan tuvo que reconocer que fue una decisión inteligente levantar la moral con unas comidas adecuadas en ese momento. Dejando a un lado sus amargos recelos hacia la nueva jefa, y ella misma sirvió a la señora coreana su ración.

    —Oh, querida, qué agradable eres. —Le comentó. —Ten, tómate un moca. No te preocupes, he comprobado los ingredientes. Todo es completamente... halal, ¿verdad?

    —Sí. Gracias. —Dijo Banan y cogió también un croissant. —¿Cómo está el grupo nuevo?

    —He enviado al señor América a repartir un poco de esto también. —Respondió Gyeong. —Le he dicho a él y al grupo A que descansen al menos ocho horas después de eso sin demora. Así que deberíamos tener tiempo para cenar antes de que hagan el nuevo cambio.

    —Suena bien. —Banan la miró y cerró los ojos antes de pronunciar sus siguientes palabras desde el corazón. —Realmente lo tienes todo controlado.

    —Oye. —La mujer coreana le hizo un gesto con la caja de café instantáneo. —Tú fuiste la que los cuidó antes de que llegara. Ten un poco de autoestima, chica.

    Banan tuvo que apartar la mirada durante el resto del desayuno para que ella no se diera cuenta de lo mucho que se estaba sonrojando.

***

    Emil se dirigía a la enfermería con un pequeño ramo de flores y un libro de la biblioteca. Sabía de antemano que a Elizabeth no le importarían ni lo más mínimo las flores, pero quería al menos hablar con ella. Pero no salió como había planeado, ya que en cuanto ella lo vio solo hubo gritos. Emil se mantuvo en silencio durante todo el rato, pero esta vez no se inmutó. Es más, no solo no sonreía, sino que fruncía el ceño y mostraba una severa templanza.

    Cuando Elizabeth se quedó sin palabras para insultarle, debido a que le dolía la garganta, él simplemente dejó las cosas sobre la mesa, donde estaba el otro ramo. Sorprendido por un momento, disimuló su expresión y la miró. La joven comenzó a cambiar su rostro por uno más amable, pero Emil ya sabía que era solo la rutina habitual.

    Luna de miel antes de la tormenta de mierda. Estaba cansado del tira y afloja.

    —Eres una cacho mierdas, niña. Y aquí estoy yo de carajote, defendiéndote de toda la gentuza que no tenía nada mejor que hacer que ponerse a alcahuetear sobre ti como si fueras una traidora. —Comenzó y Eli lo miró, pero no le interesaba en absoluto escuchar su respuesta. —Sí, lo hice por voluntad propia y me dejaron sieso por ello. Pero ¿sabes qué? Es tu trabajo el cuidar de tu imágen. No el mío. Vive tu vida como quieras, pero no vuelvas a mí solo cuando te muerdan las consecuencias, so apollardá.

    Y se marchó sin decir nada más. Sabiendo perfectamente que ya no había nadie más que creyera en su manipulación, así que ahora ella enfrentaba sus propias luchas sola.

***

    Shadil había observado la situación desde la puerta de la enfermería y se retiró rápidamente antes de que Emil pudiera llegar a la puerta. Sus dedos se movieron con alegría al ver cómo más miembros se desmoronaban unos de los otros. Cuanto menos sentido de unidad crease, menos capaces serían todos ellos de detener sus planes. Por eso, algunos de sus encuentros sexuales también eran una forma de crear cierta perturbación entre las personas. Incluso había roto sus propios intereses para aplastar también a las parejas homosexuales. Pero como los miembros habituales ahora daban menos trabajo, todavía había algunas personas que cooperaban más allá de las relaciones carnales, con lo que tenía que operar con más chismes. Algo fácil de hacer para un espía famoso en todo el mundo, cuyas palabras nunca eran contradecidas.

    —Ese tipo americano podría ser un problema. Es tan inteligente como una cesta de piedras, pero está conectado con los altos mandos de la CIA. Así que no puedo simplemente eliminarlo. Aparte de como mucho de separarlo de sus chicas, tal vez debería darle algún uso... —Reflexionó el elegante diablo. Pero tampoco es que sea muy distinto del resto de los miembros. Su mejor oportunidad podría ser obligarlo a revelar alguna información, aunque dudaba que nadie le hubiera confiado nada remotamente importante a un chiflado como él. —Haah, odio cuando tengo que pensar más de lo necesario...

    Caminó por los pasillos, comprobando cómo estaban los miembros activos. El grupo diurno por fin estaba agotándose, apenas pasado el mediodía. El propio George estaba hablando con Fanny y Gyeong, que estaba comprobando cómo estaban.

    —¿Estás seguro? Aún no has descansado.

    —Estoy bien, he echado una pequeña siesta, jefa. —Replicó el rubio. —También ya vamos entrenados para este tipo de condiciones tan duras...

    —Pues me da igual. Ve a tu habitación. —Dijo Gyeong enfadada. —Y tú también, señorita. Pero nada más que a dormir, ¿estamos?

    —Sí, jefa. —George se inclinó dócilmente. —Vamos, Fanny.

    Shadil sonrió. Se escabulló entre las sombras.

    Y apenas diez minutos más tarde, ya tenía su Nikon VN-900 cargada con un rollo de película nuevo. A escondidas, se dirigió al dormitorio de George. Tal y como había previsto, era tan estúpido como para no darse cuenta del chicle en la cerradura. Maldita sea, ¿qué les enseñan hoy en día en La Compañía, eh? Abrió la puerta lo justo para espiar, con la esperanza de poder grabar al menos la mitad de la escena. Y, por supuesto, tuvo que aceptar el hecho de que parte de la pared aparecía en el encuadre, pero no le quedaba otra que fastidiarse. No era George Lucas para ponerse fino sobre el aspecto artístico de las cintas sexuales que grababa sin consentimiento.

    Tarareó lo más silenciosamente que pudo, tratando de mantenerse en la sombra que convenientemente lo mantendría invisible para cualquiera que pasara por el pasillo, además del hecho de que no entraba mucha luz por la puerta abierta.

    Todo ello mientras observaba a Fanny, ya desnuda de cintura para abajo, mientras George le acariciaba perezosamente el coño, claramente demasiado cansado para eso en ese momento. La chica irlandesa recompensaría amorosamente el esfuerzo con una mamada descuidada, provocándolo, a pesar de que él no podía sentirse realmente interesado. Antes de que ella se diera cuenta, él se había quedado sopa en medio del acto.

    —Oh, vamos. ¡El que dijo que podía seguir vigilando, damas y caballeros! —Ella se encogió de hombros. —Bueno, supongo que debería hacer lo mismo...

    Tch.

    Shadil tuvo que dejar de grabar después de ver cómo ella se cubría con las mantas y abrazaba con cariño al rubiales. Unos tortolitos bien insulsos y aburridos. Cerró la puerta después de quitar el chicle y dejó de grabar. Le molestaba haber desperdiciado una película nueva cuando podría haber grabado eso en cualquiera de las que aún no había revelado y que tenían suficiente espacio. Esas porquerías no son baratas precisamente, carajo.

    Cuando por fin estaba a punto de cruzar ese pasillo y girar hacia uno menos transitado, se estampó contra una pared. O eso pensó antes de prestar atención y darse cuenta de que Rurik se hallaba frente a él.

    —Oh, hola. Tú eres el marginado, ¿verdad?

    Una mano enguantada agarró la cámara y Shadil ni siquiera pudo recuperarla, ya que su fuerza no era suficiente para igualarle.

    —Qué juguete tan bonito. —Mencionó Rurik, sin ningún tono cálido en su voz. —Apuesto a que también grabas películas muy bonitas con esto.

    —Oh, gracias. Todavía no soy Fritz Lang, pero bueno.

    —Por supuesto que no, escoria.

    Shadil sabía que se había metido en problemas. Tenía que actuar con delicadeza. Tan delicado como la espalda de un erizo. Era imposible que ese tipo no lo hubiera visto grabando, por mucho que no se hubiera percatado de su presencia.

    —Oye, grandullón. ¿Qué tal si te conviertes en mi nuevo modelo? Todavía no he grabado a ningún eslavo en acción, y mucho menos a un tipo tan fortachón como tú...

    —Solo te lo diré una vez, maldito durak... —Empezó a aplastar la videocámara con facilidad, destrozando la carcasa y permitiendo que todo el interior (la película, los circuitos, y demás...) se derramaran por fuera. —Si te vuelvo a ver haciendo el imbécil y grabando a la gente de esta manera, no voy a seguir las reglas de este lugar y te voy a dar sepultura yo mismo. Y te garantizo que no habrá flores en tu tumba.

    Mi Nikon... Mi jodida y preciosa Nikon... Shadil procesó el dolor de su pérdida con la mayor calma que pudo proyectar al exterior, manteniendo una sonrisa que estaba a punto de convertirse en una mueca.

    —¿Por qué te importan siquiera? —Fue lo único que alcanzó a espetar. —Te repudiaron. Te llamaron monstruo. Una especie de caníbal. Nadie se preocupa por ti tanto como tú te preocupas por ellos.

    —¿Así que dices que, como ellos no saben nada mejor, debo adaptarme a su nivel de madurez emocional? Qué infantil. —Rurik sonrió. —Precisamente por eso, debo mantener la cabeza alta por su propio bien.

    Uno de esos malditos buscadores de justicia. Dios mío, y este sí puede darme una paliza. ¿Por qué mis planes no pueden salir simplemente como yo quiero y ya? Shadil cruzó los brazos, tratando de evaluar sus opciones desde un enfoque psicológico. No pudo investigar mucha información en el ordenador de Banan debido a su condición de extraño. Solo su nombre, que aparentemente era ya infame incluso antes de llegar a la 17. Apenas había presenciado ningún momento de debilidad en él, excepto...

    —No soy tan mala gente. Algunas de estas personas estaban muy solas. No hay nada malo en ofrecer compañía y consuelo en un lugar de pura supervivencia como este. Incluso tú estás de acuerdo con eso, ¿verdad?

    —No eres más que una serpiente que ofrece una manzana envenenada bajo la apariencia de amor.

    —Oh. Bueno, tú tienes tu forma de hacer las cosas. —Sonrió mientras se recostaba contra la pared detrás de él. —Y yo tengo mis propios métodos. Y pienso seguir dando esperanza a aquellos que ya han renunciado a la vida hace mucho tiempo. Como esa mujer con gafas...

    Se inclinó preventivamente hacia la izquierda, esperando que su mano derecha lo agarrara. Pero para su desgracia no le sirvió, porque recibió un puñetazo en la cabeza con su puño izquierdo.

    —¡Gphfff! —Su cuerpo cayó al suelo mientras se agarraba la nariz, ahora torcida, que sangraba como una regadera automática en verano. —Higo de buta... —Y escupió un poco para no sofocarse por el dolor.

    —Ni se te ocurra acercarte nunca a esa mujer. —Dijo Rurik, mirándolo con un aura asesina que no había mostrado antes.

    —¡Mira lo gue has hecho a mi nadiz! ¡Te denunciabé! —Gritó Shadil con dolor.

    —Créeme, ese ha sido un golpe amistoso. —Rurik lo miró una vez más antes de marcharse. —Por defecto, mis puñetazos revientan los craneos de imbéciles como tú a la primera.

    Shadil no pudo responder, sabiendo que, de alguna manera, no podía explicar a nadie la razón por la que le había golpeado sin un plan previo, así que se quedó sentado temblando en el sitio, mirando cómo la imponente figura se alejaba tan silenciosamente como cuando lo había acechado antes.

    Tengo que deshacerme de este tipo también. ¡Mierda, mierda, puta mierda!

***

    Sí, esperanza. ¿Quién necesita eso en vez del instinto de supervivencia?

    Rurik murmuró enfadado para sí mismo. Gyeong no se había molestado en darle indicaciones, ni parecía contenta de verlo por allí mientras él comprobaba que los reclutas no se quedaran dormidos. Después de un par de comentarios despectivos hacia su persona, tuvo que marcharse a otro lugar. Oía todo tipo de rumores. Sobre lo que había pasado el otro día, sobre la chica, sobre él mismo. Estaba acostumbrado a que todos le temieran, así que no mostró ninguna emoción. Después de todo, incluso él mismo sabía que era un monstruo.

    Siempre un monstruo.

    Abrió la puerta del taller, pero Bakarne no estaba allí. Entró en la habitación, se colocó junto a las persianas, ahora bajadas, y empezó a subirlas.

    Una.

    Dos.

    Había dos cámaras ocultas en la habitación, cuya posición era delatada por los destellos de luz en las lentes.

    Entonces procedió a mirar por el suelo, como un animal, al suelo y hayó una tercera.

    Sin más dilación, procedió a aplastarlas con rabia. Rompió una contra la pared. Pisoteó otra con su bota. Apuñaló la última con su bayoneta.

    Una vez que observó el desastre que había causado, se sentó un momento. Su respiración se estaba volviendo pesada y le costaba mantenerla estable. No era su trabajo hacer eso. No era su deber. Sin embargo, ahora se sentía aliviado. Pasó un rato mientras permanecía allí sentado, mirando hacia la puerta, pero no vino nadie.

    —Guh.

    Un monstruo que estaba destinado a estar solo.

    Me niego a creerlo.

    Se levantó violentamente de la silla, sin recoger el desastre que acababa de causar. Salió de la habitación y comenzó a caminar con paso firme hacia el tercer piso, el más frío y solitario de todos. Oscuro, maloliente, opresivo. Odiaba sentirse enjaulado. Las ciudades. La gente. Pero había algo que no odiaba tanto.

    Alguien que tuviese un espíritu salvaje y crudo. Vio la puerta del viejo almacén. Su paso volvió a ser silencioso. Contenido. Casi delicado y paciente. Se detuvo frente a la puerta, dudando si debía ser educado y llamar, o simplemente entrar como le dictaban sus emociones. Finalmente, frunció el ceño, escuchó a su corazón y abrió la puerta. Y la visión fue tan completamente confusa como incómoda a partes iguales.

    —¿Qué coño estás haciendo? —Fue lo único que pudo decir al ver a Bakarne sentada en una de las sillas. Tenía los pantalones a medio bajar y él podía oír un leve zumbido. Esa era la parte incómoda. Pero, para su inquietud, ella tenía la pistola apuntando a sus sienes. —Quítate eso de la cabeza, ahora mismo.

    —Joder, tío, me has dado un susto de muerte. —Ella obedeció sin sentir ningún remordimiento, si al caso algo avergonzada de que él la hubiera encontrado con sus partes íntimas al descubierto. —Mira, no estaba cargada, ¿ves?

    —Hah... —Se acercó y abrió el cilindro, comprobando que decía la verdad. —¿Es este un pasatiempo enfermizo tuyo?

    —Supongo. —Ella seguía roja como un tomate, pero intentando mantener la cabeza fría. —Ahora, podrías, no sé... ¿pirarte, por favor?

    Por mucho que quisiera regañarla, no se atrevía a hacerlo. Como el monstruo que era, no había forma de que sus palabras fueran creíbles cuando se trataba de imponer su moral a los demás. Sin embargo, toda la ira corría por las venas de todo su cuerpo. Si la situación no cambiaba pronto, sabía que explotaría. Finalmente, después de respirar hondo, se permitió ser sincero, además de codicioso.

    —Mierda. Te adoro, joder.

    —¿Que tu qué?

    Rurik puso las manos sobre la mesa mientras se agachaba y la miraba cara a cara. Una de sus botas golpeaba el suelo como una forma de liberar parte del estrés físico.

    —Bakarne, dime una cosa. —Sonrió. —¿Te gusta la ruleta rusa, verdad?

    —Depende de con quién juegue. —Finalmente, la mujer sintió que una sonrisa se dibujaba también en su rostro.

    —Digamos que nosotros somos los jugadores. Y yo además, soy la pistola.

    —¡Kar... Ka-kak-kar! —Su desagradable carcajada y su risa nasal llenaron la habitación y tardó un rato en recomponerse. —Ah, comunista... Quiero decir, mh. Rurik. No podía imaginarmelo de otra manera.

    —Je. Apuesto a que no.

    Se inclinó hacia su rostro y le dio un cariñoso golpecito en la frente con la suya, mientras le agarraba la barbilla con las manos. Con firmeza, pero con delicadeza también. Ella no le provocó de forma molesta como solía hacer, y él pudo observar cómo posicionaba los labios para un beso, mostrando de alguna manera sus colmillos. Era algo con lo que había soñado desde el momento en que los vio, pero se prohibía pensar que merecía tal bendición. Pero ahora, ella estaba completamente tranquila. A salvo en sus brazos.

    —Maldita sea. No puedo hacer esto. —De repente, tuvo que apartarse. —Realmente tengo que hacer algo primero.

    —¿Qué cojones? ¡Ni se te ocurra irte ahora! —Ella frunció el ceño, con la boca abierta. —¡No puedes ponerme cachonda tan dulcemente y luego salir por patas!

    —No, escucha. También fui un idiota contigo. Quiero disculparme por, básicamente....

    —¿Acosarme sexualmente? Sí, llora por eso. Fue bastante de cabronazo.

    Él bajó la cabeza y asintió profusamente.

    —Pero sabes... Aquella vez, yo estaba como... bueno, deseando más.

    Se miraron el uno al otro. Ella estaba ahora de pie, mirándolo, mientras él levantaba la vista desde el suelo hacia su rostro.

    —Por mucho que me duela decirlo... me gustan las personas con tu animosidad... y, sin embargo, aunque seas un idiota, también eres amable.

    —No soy más que un monstruo.

    —Hay algunas pavas a las que les mola eso. ¿Te conviertes en hombre lobo con la luna llena? —Se burló ella.

    —Por favor, ponte seria... Yo soy... —Rurik se levantó, pero no pudo quejarse más cuando ella lo empujó contra la pared, agarrándolo con fuerza, casi clavándole las uñas, tirando de su uniforme para bajarle la cabeza lo suficiente como para besarlo. Sin mostrar ninguna compasión por sus quejas, lo besó profundamente, sin avergonzarse siquiera de jugar con su lengua. Rurik quería apartarla por orden de la única parte razonable de su cerebro, pero el resto de su cuerpo no estaba de acuerdo. En cambio, la abrazó, manteniéndola más cerca.

    —Hmmgh. —Finalmente, Bakarne le dejó respirar. Apartó la cabeza lo suficiente para que él pudiera ver cómo le sacaba la lengua. —Ese fue mi primer beso profundo, ¿lo sabías, kakazakua?

    —Y una mierda. —Su piel, normalmente pálida como la de un lirio, estaba completamente sonrojada.

    —Lo es. Solo besé a un chico una vez, justo antes de darle un puñetazo en la jeta. —Ella lo miró, mientras sus cansados ojos marrones se encontraban con los de él. —Estoy completamente sin estrenar, excepto por algunos conocimientos y usos prácticos de ingeniería.

    —¿Me puedes explicar cómo es posible eso siquiera? —Rurik sintió que le estaba mintiendo. —Nadie dejaría pasar a una chica tan guapa como tú.

    Ella se quedó completamente desconcertada por el cumplido.

    —¿Qué? ¡Es verdad! —Reafirmó Rurik, aún más rojo que antes.

    —Hum. Es curioso. Se suele decir que los vascos somos más feos que golpear a un padre con un saco lleno de pedrolos. —Ella se encogió de hombros y lo miró con una mezcla de sensualidad e inocencia. —¿Sabes qué más dicen de nosotros, ruso pervertido?

    —Sorpréndeme.

    —Que no follamos.

    —Qué coincidencia. Eso es lo que dicen de los soviéticos. —Rurik la agarró suavemente por las caderas y la guió lentamente hacia la mesa, que ahora estaba a la espalda de ella. —¿Quizás es hora de comprobar cómo se desarrolla esa teoría en la vida real?

    —Será un placer, erraldoi.

    Ella se puso cómoda tumbada sobre la mesa, mientras Rurik empezaba a quitarle los pantalones para que fueran menos molestos para ella. Todavía tenía el vibrador casero en el coño. Hecho con el cuerpo de un cartucho de dinamita y otros circuitos y materiales ortodoxos, tenía una forma fálica básica y suave. Si lo había fabricado ella misma, sin duda era una genio subestimada que estaba desperdiciando su vida en atentados con bombas en lugar de dedicarse a un trabajo más respetable en la industria de los juguetes sexuales, la verdad. El propio Rurik tenía que admirar lo increíblemente mañosa que era la condenada a veces. Le quitó las bragas y observó el aparato.

    —¿Puedo sacarlo, o...?

    —Claro.

    Se aseguró de hacerlo lentamente y, para su sorpresa, tenía un grosor más generoso de lo que cabría esperar de alguien que acababa de decir que era virgen hacía unos segundos. Aunque, por supuesto, ella lo era en el sentido más emocional y carnal de la palabra. No tuvo ningún reparo con la maquinaria y, de hecho, la sacó con cierto cuidado y la mantuvo en su entrada, frotando sus labios y provocándola con presionarla contra el clítoris. Pero él mismo disfrutó del proceso, con ella tumbada en la mesa, con las manos educadamente juntas y la cara fija en la suya, pero completamente roja como la bandera de la Unión Soviética.

    —Hummm... ¡Hgmh! —Sus murmullos no eran suaves ni femeninos, sino más bien un sonido calculado, como el de alguien acostumbrado a no expresarse de forma tan íntima con nadie más. Pero para Rurik, era lo más adorable. También apreciaba que fueran gemidos sinceros y no solo un intento de complacerlo. Así que tuvo que recompensarla torturándole el clítoris hasta que casi se corrió. Estaba claro que ya venía estimulada de antes, además de sus propias discusiones para subir el volumen. Apartó la extraña máquina y anunció algo mejor.

    —Permíteme. Sería una pena que perdieras tu hidratación así sin más... —Y se arrodilló para empezar a comerle el coño con cariño. Esta vez, ella dejó escapar un sonido más agudo al sentir algo nuevo que no había experimentado antes. Aunque sus lametones eran un poco bruscos y torpes, cada pasada de su lengua le hacía cosquillas por todo el cuerpo, incluso zonas lejos de sus piernas. Él le daba pequeños descansos para que recuperara el aliento, pero luego volvía a atacar con más ganas, haciendo que sus gemidos fueran cada vez más fuertes. Llegó un punto en el que era tan placentero que ella no pudo aguantarlo más, y algunas lágrimas aparecieron en su rostro después de que finalmente estallara y él, feliz, lo lamiera todo con necesidad. Cuando Rurik no dejó ninguna parte de su coño sin limpiar, se levantó con una tos cortés, con la mano enguantada delante de la boca, antes de darse cuenta de sus lágrimas.

    —¿Te he...? —Palideció por un segundo, pero ella sonrió con adoración. —¿Demasiado para ti?

    —Je. Nunca es demasiado. —Dijo ella. —A los vascos nos gusta todo grande.

    —¿Cómo de grande? —Soltó él, incapaz de contener la necesidad de hacer una broma. —Porque no hay nada de mí que no sea grande, ¿sabes?

    —¡Kark!

    Ella dio unas palmadas en la mesa. El gigantesco eslavo se acercó y, poniéndose lo más cómoda que pudo sobre la mesa, ella se acercó a sus pantalones para bajárselos. Al menos, no estaba exagerando sobre su tamaño. No era necesariamente el más largo, pero sí considerable. Y, lo que es más especial, bien grueso, igual que los juguetes con los que ella había experimentado.

    —Espero que no te... ¡Gah! —Rurik sintió que su boca no se detuvo con la estimulación previa para empezar, y él había sido marcado de primera mano por sus colmillos mientras ella engullía toda la kolbasa con necesidad. —Mierda, ¿cómo coño lo haces?

    —Pues haciéndolo, por supuesto. —Y tuvo la pequeña consideración de liberarlo para darle unos besos de disculpa por todas partes, y lamió el glande antes de besarlo también. —Y practiqué con mis propias herramientas.

    —Supongo... así es... —Rurik no quería aceptar lo débil que se estaba volviendo ante su tacto. Para creer que él, el infame Monstruo Siberiano del Bosque, como algunos fascistas lo llamaban como si fuera una leyenda, tenía que hacer algo más que flexionar sus músculos para evitar correrse en la cara de la moza tan rápido. Derrotado por una virgen, aunque tuviera que admitir que él también lo era. Aunque, desde luego, no quería que ella lo supiera todavía. Incluso él tenía un estúpido orgullo que sentía que debía proteger. —Maldita sea, ¿por qué todo de tí se siente tan jodidamente bien, animal apestoso...?

    —No me llames animal cuando tú también eres un macaco maloliente. —Dijo ella, y se burló de él con una de sus manos masturbándolo mientras empezaba a trabajarle más el casco del pene. Para la otra mano, se quitó el guante de un mordisco, lo escupió y la utilizó para darse placer en su propia raja.

    —En Rusia no hay simios... —Intentó argumentar este, pero toda su circulación se había centrado en la ingle y su respiración era cada vez menos fiable. —Voy a... Mierda....

    —¿Ya te corres?

    —Sí...

    —Hmmm. —A diferencia de cuando él se encargó de comerle toda la parte badajil, ella no le permitió descansar. Quería derrotarlo por completo. —Sabes, siempre he querido saber algo.

    —¿Mmh?

    —A qué sabe el semen. —Dijo ella juguetonamente.

    Eso fue suficiente para enviarlo al espacio exterior, más lejos de lo que Yuri Gagarin o Neil Armstrong jamás habían viajado, en términos de placer. Él le agarró la cabeza y, con un ligero toque de malicia, pero también con cariño, empujó sus caderas contra la cara de ella. Los colmillos de ella rozaban y presionaban el duro miembro. Y finalmente, él también tuvo su primera eyaculación en probablemente más de una década. Asegurándose de que todo se quedara en la boca de ella.

    No puso ninguna queja. Tal y como había dicho, lo aceptó con gusto y después de que él la soltara, se sentó en la mesa. Con las manos sobre los muslos y tratando de descifrar el sabor.

    —Haah... —Rurik se echó hacia atrás y se secó parte del sudor que le corría por la cara y la barbilla. —¿Qué tal sabe, animalito?

    —Hmmmm. —Hizo un extraño movimiento como si masticara y, finalmente, se lo tragó todo de una sola vez. —Sabe a puta mierda. Y huele como una bolsa de patatas fritas de ajo y cebolla recién abierta.

    Él pobre se sintió un poco dolido por eso.

    —¡Cabrona, tu coño tampoco es que sea una tarta de fruta y nata! ¡Sabía como si alguien hubiera dejado una limonada a temperatura ambiente durante un verano en Argentina!

    —¡Pedazo de mierda, no te atrevas a hablarme así!

    —¡Cállate, animal! ¡Voy a mejorar el sabor de tu coño abandonado por Dios con mi semen! ¡Quizás así sepa a algo más comestible!

    —¡Quiero verte intentarlo, estúpido chupapollas de Stalin!

    Toda la mesa temblaba mientras la gorda polla del rojo reclamaba el coño insurgente a la vez que ambos se insultaban mutuamente y se tomaban descansos para besarse, incluso después de haber comentado el asqueroso olor y sabor de sus bocas tras haberse comido los genitales el uno al otro. Por mucho que discutieran, sus cuerpos también estaban pegados en movimiento. Rurik la había abrazado por detrás con uno de sus brazos y utilizaba el otro para mantener su cabeza y su boca donde él quería en todo momento. Ella lo tenía completamente sujeto con sus piernas, sin dejarlo ir hasta quedar completamente agotada. Ambos eran bastante posesivos en el momento y ninguno parecía querer separarse del otro.

    Su entrada fue masacrada repetidamente por el tamaño de él, a pesar de su práctica previa, y ella sabía que ya desde luego no era virgen, ni podría decir que mantenía con orgullo los estereotipos de su querida tierra natal. Y es que aquella polla la había hecho rendirse tan rápido como los ejércitos franceses del pasado, siendo su húmeda concha ahora un campo fértil para que Rurik depositara su semilla. Lo único que le habría hecho tener un orgasmo todavía más intenso habría sido la Ikurriña o incluso la bandera de la Segunda República colgada en algún lugar.

    Todo su cuerpo fue tomado e inspeccionado por su ahora extraño y completamente desatado compañero. Sus tetas trabajadas y sobadas. Él lamía y le daba besos cariñosos y suaves mordiscos en el cuello, como lo haría una bestia.

    El calor no hacía más que aumentar y Rurik, a quien ella había permitido dictar el ritmo con su consentimiento, sabía que iba a eyacular por última vez y que tenía que hacerlo de una manera ceremoniosa, como merecían un encuentro tan íntimo y sus confesiones.

    —¿Dónde lo quieres? —Le preguntó, aún respetando en parte sus deseos.

    —¿No es obvio? —Preguntó Bakarne frunciendo el ceño, pero con una sonrisa en la boca aún cubierta de semen. —¿En serio eres tan tonto?

    —No me seas, no me seas, enana. Que ya tengo el cerebro derretido.

    —Hum. —Parecía que iba a insultarlo de nuevo. En cambio... —Creía que habías dicho que estábamos jugando a la ruleta rusa, ¿no?

    Dicho y hecho. Sus últimas embestidas fueron impulsadas por la urgencia, mientras ella era agarrada fuertemente y follada con golpes más largos y rápidos.

    —¡Mmmhghh! —Su repentina agresividad la puso nerviosa y un poco enervada, pero sin dejarse de sentir segura. Y finalmente alcanzó el orgasmo.

    Justo en ese momento, él también se corrió. Su palpitante bayoneta de carne inyectó su esperma directamente en ella, y ella pudo sentir el líquido pegajoso y cálido llenándola, así como lo que no pudo contenerse y se derramó fuera, cayendo al suelo. Después de eso, todo se volvió blanco, pero ambos estaban más que satisfechos.

***

    —Hmm.

    Bakarne abrió los ojos y vio un techo que no conocía. Una habitación con una sola cama en lugar de las habituales literas. Parecía casi una celda de tristeza. Un ronquido la hizo mirar a su lado. Rurik dormía y roncaba profundamente, algo que no parecía propio de un asesino a sangre fría que acechaba en silencio. También babeaba, como un bebé.

    —Ah. —Se rascó la cabeza y recordó lo que había pasado. A juzgar por la falta de luz que entraba por la única ventana, debían de haber terminado antes del crepúsculo y se habían ido a dormir, y ahora era plena noche. —¿De verdad hicimos eso?

    No tenía amnesia ni nada por el estilo, pero de alguna manera a su cerebro le costaba procesar el hecho. Se había acostado con él. Se había acostado con él, el comunista al que inicialmente odiaba tanto. Y de alguna manera, sentía que era una de las pocas personas en las que podía confiar.

    Ah, kaka zaharra. Murmuró. El tipo incluso se había asegurado de que llevara algo cómodo para dormir sin pasar frío. Demasiado amor que se sentía incapaz de aceptar. Y además, tenía ganas de orinar. Para no despertarlo, intentó levantarse lo más lentamente posible, pero en cuanto sus pies llegaron a los zapatos, una mano la agarró.

    —¡Agh! —Casi se le paró el corazón del susto. —¡Cabrón!

    —¿Adónde vas? —Dijo él con voz autoritaria.

    —Yo... solo quería mear, tío.

    —Hum.

    Se lo denegó y la tiró hacia él con facilidad y la abrazó de tal manera que no había escapatoria, como los dueños de gatos a veces aprietan a sus mascotas contra su voluntad.

    —Oye... que voy y me meo en la cama, de verdad. Vergüenza ninguna.

    —Hazlo.

    Se rieron de la tontería. Pero él aún no la soltaba. A diferencia de antes, ella comprendió que incluso él tenía un lado vulnerable. Ella lo abrazó también y le dio unas palmaditas en la espalda.

    —Oye. Dime una cosa. —Le susurró suavemente al oído. —¿Por qué eres tan cruel, pero también tan... amable?

    Él hizo un leve suspiro. Ella le acarició la espalda y notó que estaba un poco peluda, a pesar del cuerpo disciplinado y afeitado que él intentaba mantener. Quizás era una pregunta estúpida... Ella se giró y dejó que él la abrazara por detrás, ya que sentía frío en la espalda y le resultaba más fácil acurrucarse para entrar en calor. Los fuertes brazos la agarraron con más fuerza y la mantuvieron completamente aislada del resto del mundo mientras él la rodeaba. Sus labios besaron primero su oreja, haciéndola sentir un ligero cosquilleo antes de responder.

    —Porque solo deseo dos cosas en este mundo. —Acarició su mejilla con la nariz. —Una, una mujer a la que solo yo pudiera amar.

    —Je. —Oh, Dios. Eso es tan jodidamente cursi, macho. Pero decidió que no era el momento adecuado para burlarse de él por eso. — ¿Y la segunda cosa que quieres es...?

    Por un momento, el ambiente cambió. Sus brazos ahora la mantenían cautiva en lugar de abrazarla, y la sensación de que no podía marcharse después de que él respondiera era real. La respiración de Rurik se volvió más pesada y su voz más afilada, con un tono más parecido al de un verdadero monstruo sediento de venganza.

    —Matar a todos y cada uno de los fascistas que pisan esta Tierra.




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