Episodio 10
Ojos embusteros y caras falsas



   

    —Ja. Hmmm.

    Shadil estaba bastante cerquita. Ya era por la mañana y se estaba masturbando con la grabación de la noche que acababa de terminar. En su propia habitación, con la cámara conectada a un televisor de tubo para ver la grabación.

    —Mierda, mierda. —Empezó a masturbarse con más urgencia, mirando cómo se la follaba mientras ella estaba atada a la cama. —¡Hmm!

    Toc, toc.

    —Estás de coña...

    Fingió no estar en la habitación y se aseguró de bajar el volumen del televisor, intentando seguir cascándosela, pero resultó imposible.

    Toc, toc.

    —¡HAY QUE JODERSE! —Se detuvo de inmediato y fue directamente a apagar todo y desconectar la videocámara del televisor. —¡Espera un puto minuto! —Gruñó mientras se ponía algo de ropa en sus partes bajas.

    Cuando finalmente abrió la puerta de forma agresiva, Juan estaba esperando allí con una botella de vino en las manos.

    —Hijo de puta. —El espía indio no le escupió porque no le apetecía tener que limpiarlo después, y sabía que Juan era lo suficientemente estúpido como para no ofenderse si lo hacía incluso en la cara. De alguna manera, le daba vueltas como un loro leal que no se callaba hasta que le daban su galletita. —¡¿Ni siquiera puedo pajearme sin que tú lo estropees!?

    —Me dijiste que habría mujeres en nuestra habitación...

    —Eso fue ayer y solo para mí, maldito idiota. —Shadil se presionó las sienes con los dedos en un intento inútil por hacer desaparecer el dolor de cabeza. —Además, era la gerente. Y sé que no tocarías a nadie dos tonos más oscuro que tu propia piel, así que ni pensaba invitarte.

    —Me haces parecer un demonio. No soy tan racista, que lo sepas.

    —Ja. Sigues llamándome besavacas cuando crees que no te escucho. Por favor, deja de fingir que eres un genio de la psicología. Ni mentir sabes.

    —Je. —Juan tenía una sonrisa repugnante en la cara. —Quizás tengas razón.

    —Y tanto que tengo razón, morroestufa. —Le espetó.

    El estado de ánimo de Shadil empeoraba por segundos, lanzándose en picado contra el suelo. Para distraer su mente de la rabia, agarró una camisa y empezó a abrochársela. Mientras lo hacía, se rascó los dientes con la lengua y sintió la mezcla de la menta de los besos con lengua de Banan, pero también el sabor de sus partes íntimas. Tengo que cepillarme los dientes pronto. Miró a Juan mientras jugaba con la cámara.

    —¿Quién te ha dicho que puedas tocar eso, cabrón?

    —¿Sony?

    —Tu puta madre, en verdad.

    —Tío, deja de ser tan gilipollas. —El español fingió estar profundamente herido. —He estado haciendo todas las tareas que me dejaste mientras estabas fuera. Y tuve que ir a beber solo todo el tiempo porque mi mejor amigo se fue de año sabático mientras nosotros estábamos en este agujero helado salido del ojete de una bruja. Pensé que éramos compañeros en el crimen.

    —Sin ofender, pero eso me suena muy gay.

    —¿Qué tiene de gay querer estar con un amigo?

    —Mira, Juan, ahora no tengo la paciencia necesaria para esto. —Shadil lo miró con la mirada más severa que pudo para que el tipo que tenía delante lo entendiera. —Me alegro de que seas capaz de seguir instrucciones y colorear sin salirte de las líneas. Ahora, lárgate.

    —No me da la gana.

    Shadil contempló sus opciones. Y tuvo que usar la más hiriente para que el pesado se fuera.

    —Haré un hechizo vudú que te encogerá aún más la polla si no te piras ya mismo.

    —¡Vale, vale! —Juan parecía nervioso y de alguna manera, asustado por la idea. Por supuesto que él creería en algo así. Y él era el que quería ser mago, pero solo había conseguido llegar a ser un ventrílocuo de pacotilla en televisión abierta. Puto perdedor. Pensó Shadil mientras veía a Juan marcharse como si tuviera un cohete en el culo.

    Quizás debería rellenarlo de plomo uno de estos días para no volver a oírlo... o bueno, ya tiene un pie en la tumba con todo el alcohol que se mete. Se encendió un cigarrillo y dio una calada.

***

    Las latas volaban por los aires mientras Emil les disparaba.

    —Has mejorado mucho, bicho. —Sonrió Rurik. —Y mira quién ha venido a dar por culo.

    Bakarne se acercó para ver cómo Emil recibía clases en el patio trasero. El chaval llevaba un pequeño poncho hecho con pelo y piel de cabra que le mantenía caliente. Rurik ya estaba cocinando, después de haber cogido una vieja olla de la cocina en la que cabía comida suficiente para todos. En la mano tenía un mortero con el que machacaba algunas hierbas con sal y pimienta.

    —Mmm. Huele bien. —No le extrañó que Emil estuviera allí. Eso resolvía el misterio de su repentina mejora. —¿Qué hay hoy para comer?

    —Para ti, nada. Ve a hacer algo y trae un poco de carne del congelador.

    —Mieh.

    Se dirigió hacia un bloque de hielo que estaba escondido junto a algunas plantas. El interior del bloque era hueco y contenía parte de la carne, para conservarla. Después de coger un poco, volvió.

    —Ponlo en partes, trozo a trozo. —Ordenó Rurik mientras echaba las hierbas machacadas en el agua hirviendo, que hasta entonces solo contenía algunas verduras. —Tardará un poco en cocerse, así que ya puedes tener paciencia.

    Al menos, el olor del guiso era agradable. Mientras esperaban a que se cocinara, se sentaron y empezaron a discutir. Rurik descubrió más pronto que tarde que la gente de la península ibérica era más propensa a los chistes verdes de lo que le hubiera gustado. Pero no pudo evitar que parte de su estrés se disipara. Era fácil llevarse bien con ambos.

    —Dime, Emil. ¿Cómo acabaste en este lugar?

    —Oh... Estaba en el club de juegos de rol de mi universidad. Ya sabes, Dungeons and Dragons y cosas así. Como los empollones de allí eran los que también sabían lo que era ser marginados, no les importaba mucho mi origen étnico. Y por culpa de un reto, esos extraños hombres de negro se pusieron en contacto conmigo y después no pude convencerles de que era un tipo normal y me metieron aquí. —Dijo con total naturalidad, sin tartamudear.

    —Vaya. —Se rió Rurik. —Eso explica tu falta de maldad.

    —Oye, ¿y qué pasa con tu pava? —Preguntó Bakarne. —He notado que Elizabeth está un poco más distante estos últimos días.

    —Ojalá lo supiera. Pero... creo que está pasando por una crisis existencial.

    —¿A su edad? Joder, el mundo está realmente en la mierda. —Ella apartó la mirada. —Ni siquiera los jóvenes sonríen ya...

    —Al menos yo digo las cosas a la cara en lugar de cotillear a espaldas de la gente, pandilla de idiotas podridos.

    Todos giraron la cabeza y vieron a Elizabeth allí de pie, con un abrigo oscuro y temblando de frío. Parecía furiosa. Emil se levantó primero y le ofreció su asiento, pero ella lo ignoró.

    —Ratas traidoras. —Dijo mirando a Emil y Bakarne. —Bien que os gusta pasar el rato con este desconocido en lugar de con los amigos. ¿Cuál es vuestra excusa?

    —Solo quieres charlar conmigo si puedes molestarme o hablar de ti misma. —Dijo Bakarne con franqueza. —Nunca me has preguntado realmente por mí.

    —Bueno, eso es porque... —Se mordió el labio por un momento. No estaba equivocaba.

    —Y hace dos días dijiste que no querías volver a ver mi cara nunca más. —Le recriminó Emil. —Y lo decías en serio.

    —Sí, bueno, eso...

    Rurik suspiró y se levantó. Señaló su sitio.

    —Siéntate ahí, señorita, y habla con tus amigos hasta que hayáis arreglado las cosas. Pitufos, echad un vistazo a la olla de vez en cuando. Volveré en un momento.

    —¿Te piras?

    —Llamada de la naturaleza. —Respondió Rurik sin mucha emoción, y se adentró entre los árboles del interior de la montaña, dejándolos solos. Permaneciendo en completo silencio. Sin discusiones, sin gritos. Solo pura incomodidad. Cuando Bakarne se aburrió, revisó la olla y removió el guiso.

    Nadie tenía el mínimo interés en mantener una discusión sana. Y, absortos en sus pensamientos, no se percataron de la figura que se acercaba a ellos hasta que Elizabeth lo hizo. Un soldado de la facción extranjera a la que llamaban vulgarmente los "sin raza".

    Todos saltaron rápidamente, pero el soldado solitario les apuntó antes de que pudieran coger sus armas. A pesar de su ventaja numérica, sabían que tenían que ser inteligentes o uno de ellos podría caer muerto antes de poder derribarlo. El soldado empezó a decir algo y no tardaron en darse cuenta de que tenía acento alemán. Elizabeth se acercó y le respondió.

    —¿De dónde vienes? —Preguntó, mientras el soldado le apuntaba frenéticamente. —¿Hay alguien más contigo?

    —Ni de coña te lo voy a decir, puta. —Elizabeth seguía con las manos en alto.

    —Soy una de los tuyos. —Insistió. Tengo mi uniforme debajo.

    —No voy a caer en esa trampa.

    —De verdad. —Empezó a bajar las manos muy lentamente para poder quitarse el grueso abrigo, pero el soldado parecía aún más inquieto. Parecía como si llevara días sin comer. Antes de que pudiera llegar al primer botón, recibió un disparo en el costado derecho. Se lo agarró instintivamente y miró al hombre. —¡Te he dicho la verdad! ¡Para!

    Pero le dispararon de nuevo, y esta vez le dio en una oreja. Y le habrían disparado por tercera vez si no hubiera sido por la aparición de Rurik, que rodeó la escena por detrás. Todos cerraron los ojos en el mismo instante en que la bayoneta del rifle perforó el cráneo del soldado y lo clavó contra un árbol cercano. Todos mantuvieron los ojos cerrados, incluso a pesar de que estaban acostumbrados a la muerte sintieron que era innecesariamente repugnante. Solo se oían sonidos bastante desagradables.

    Cuando ya no se escuchaba nada, Rurik se dirigía hacia el edificio con la cabeza del soldado cortada, en las manos.

    —Voy a hablar con la gerente. —Dijo con voz firme. Su uniforme estaba ahora manchado de rojo. —Curadle las heridas a esa chica ahora mismo.

    Y les dio la espalda, solo para recibir varios balazos en la misma. Elizabeth sostenía su arma y lo miraba con odio. Sin embargo, le temblaban las manos.

    —Escúchame, mujerzuela. —Rurik la miró y avanzó rápidamente hacia ella. En cuestión de segundos le arrebató el arma. —Si eres tan cobarde como para disparar por la espalda a alguien que te ha salvado, entonces no puedes quejarte si tus amigos hacen lo mismo más adelante, ¿sabes? Alégrate de que no persiga a farsantes como tú.

    Y se marchó, seguido solo por Bakarne, que ya sabía que la directora gritaría histéricamente si el hombre entraba en su oficina en un estado tan repugnante y la ensuciaba de sangre. Emil, incapaz de sonreír, dio un paso hacia la chica herida, pero ella salió rápidamente hacia la enfermería tan rápido como pudo con la pierna dolorida. Solo él se quedó allí, sentado y vigilando la olla solo.

***

    Llegó la noche. Todos estaban en sus puestos, con las armas preparadas. Francotiradores en las ventanas. Guardias en las puertas. Nadie carecía de suficientes opciones para el asesinato. George sintió una presión fuera de lo común, ya que de repente todos se habían convertido en profesionales. Se sentía como un completo extraño, pero quería ayudar y lo habían colocado en una de las puertas para ayudar a una pareja formada por un guardia experimentado y una novata. La novata agradeció las palmadas en la espalda de George y vigilaron atentamente el pasillo.

    Banan estaba en la parte trasera de su oficina. Solo había un escritorio con un teléfono y una tarjeta con números para emergencias. Ahora que habían confirmado la entrada de alguien ajeno, supuso que realmente se había filtrado su seguridad. Sabía que tenía que marcar la única serie de números que estaban impresos en rojo. Pero pasaron los minutos. No hubo respuesta.

    —Maldita sea. —Masculló.

    Oyó que alguien entraba en la habitación. Cuando ladeó la cabeza para ver quién era, se sintió ligeramente aliviada.

    —Sé que solo ha pasado un día... —Comentó desde la parte de atrás. —Pero deberías darme toda la información que tengas, ahora mismo.

    Shadil sonrió.

    —Podría haberlo hecho mejor si no hubieran matado primero al pobre desgraciado. —Se arrimó con cautela al escritorio. Rurik había entrado en la oficina antes y había dejado los restos del cadáver, incluida la cabeza, sobre la mesa, ahora cubierta de sangre seca, lo que hizo que Banan lo echara a patadas y solo preguntara a Bakarne y Emil sobre el incidente. De alguna manera, cuando se trataba de esos tres, siempre pasaba algo. —Entonces, ¿dices que este tipo era alemán?

    —Bueno, al menos Elizabeth se comunicó con él. Dijo que solo intentó evitar que disparara.

    —¿Alguien más puede confirmarlo?

    —Lamentablemente, no. —Ella negó con la cabeza. —Así que no podemos descartar la idea de que ella esté involucrada, por ejemplo. Pero ahora, lo más importante es que quiero que investigues cada rincón de la frontera y las entradas a la base. Encuentra cualquier filtración. Llévate a alguien contigo. Si encuentras algo sospechoso, llámame inmediatamente.

    —Más vale que te paguen bien por todo el estrés que te causa este trabajo. —Shadil se levantó y le dio un beso en la mejilla. —Hasta luego.

    No pudo descansar ni un segundo, ya que la propia Gyeong vino a buscarla justo después.

    —¿Están todos listos? Preguntó con la expresión más seria que nadie le había visto jamás.

    —Sí, todos. Ahora solo queda esperar órdenes.

***

    Había que hacer ajustes de última hora en el circuito de bombas que estaban atadas a las faldas del edificio. Por supuesto, eso quedó en manos de Fanny y Bakarne, quienes, de forma amistosa y no tan amistosa, escupieron en el suelo al verse en la azotea.

    —Hola, ladrona.

    —Hola, perdedora.

    Sin demora, ocuparon sus puestos y vigilaron el lugar, con el controlador principal en medio de ellas y los controladores manuales en sus manos conectados a la máquina. Ambas se limitaron a observar el cielo, mucho más claro sin las luces encendidas en todo el edificio. La noche estrellada era una hermosa vista para contemplar antes de morir.

    Pasó una hora.

    Y otra más.

    Ninguna de las dos parecía interesada en hacer pasar el tiempo más rápido con una conversación. Estaban concentradas en su trabajo de vigilar si se producía algún ataque aéreo o expedición durante la noche. Fanny se encendió un cigarrillo, a pesar de que habían pasado varios años desde la última vez que había fumado, simplemente le pareció que era un buen momento para hacerlo. Y por una vez, hizo todo lo posible por reconciliarse con alguien.

    —¿Quieres uno? —Le ofreció a la mujer de las gafas.

    —No, gracias. Es un hábito muy poco saludable, ¿sabes? —Dijo Bakarne, mientras daba un largo sorbo a una botella de vino.

    —Tienes toda la razón. —Fanny se guardó la cajetilla, en la que solo quedaban dos cigarrillos después de todos estos años.

    Pasó una tercera hora.

    No había nada que hacer. Por fin se movió algo fuera, pero era Shadil, que tenía permiso. Lo vieron entrar por la entrada secreta del patio trasero. Bakarne frunció el ceño como un perro.

    —Odio a ese cabrón.

    —Sabes, por una vez estamos de acuerdo en algo.

    Ambos lo miraron y desearon apretar el gatillo de las bombas cuando este se acercó a una de ellas. Pero, por supuesto, contuvieron el impulso y siguieron mirando hacia arriba.

    Pasó una cuarta hora. Tenían la cabeza un poco gacha, cansadas. Les dolía el cuello.

    —Oye, ladrona. —Esta vez fue la vasca quien inició la conversación. —Si tuvieras que elegir cómo morir, ¿como sería?

    —Hum. —Fanny se quitó el gorro y se rascó la cabeza un poco antes de volver a ponérselo. —La verdad es que nunca lo he pensado mucho. Pero si tuviera que elegir...

    Esperó un poco antes de responder, mirando fijamente a las montañas.

    —Sabes, estaría bien morir junto a alguien que no me odie. —Miró a Bakarne. —La muerte no da tanto miedo si hay alguien que te consuela.

    —Hum.

    —No me digas "hum". —La pelirroja se dio cuenta de lo cursis que eran sus palabras y sintió que sus pálidas mejillas se sonrojaban por completo, y no solo por el frío. —¿Y tú? ¿Prefieres morir sola o con alguien?

    —Mi nombre significa soledad en euskera. —Respondió ella. —Y, sinceramente, pienso mantener ese significado hasta el final.

    No volvieron a hablar durante el resto de la noche.

***

    Shadil estaba de vuelta en la habitación, tratando de elegir otra cinta para ver. A Juan se le permitió por una vez sentarse en la cama, en lugar de en su saco de dormir en el suelo. Había empezado la misma botella de champán que trajo por la mañana.

    —¿Así que tú eres el que dejó suelto a ese pobre bastardo allí para que lo encontraran?

    —Sí, y me alegro de que ese monstruo lo matara. Sinceramente, el hecho de que esa chica alemana fuese al patio casi me arruina los planes. Si hubieran podido hablar más, lo habrían echado todo a perder. —Respondió. —Bueno, al tipo lo había matado de hambre y torturado los días anteriores para evitar que se mostrara amistoso, por si acaso. Pero aún así fue un gran riesgo.

    —¿Y cuál es la siguiente fase? —Preguntó Juan, acomodándose entre las almohadas.

    —Paranoia. —Shadil se regocijó con la idea. —Ahora todos creen realmente que hay traidores dentro de la División. Y una vez que todos se dirijan a otra base, esta será toda todita mía.

    —¿Te importaría explicarme el porqué? ¿Por qué estás haciendo esto?

    —Sé que eres re-estúpido, pero no es mi trabajo estar dando explicaciones. Ve a buscar un maldito mapa y algunos libros y tal vez lo entiendas. Jodido comedor de paella.

    Ambos observaron la pantalla negra del televisor mientras Shadil seguía buscando entre las cintas. Finalmente, encontró un par.

    —¿Cuál quieres ver? ¿A la novata china rural Yu chupándosela al afroamericano Nigel, que está a cargo de las patrullas, o te da curiosidad una de mis aventuras con las gemelas asesinas en serie portuguesas?

    —Tío, ¿te has follado a todo el mundo aquí? Y además, ¿qué fetiche es ese de grabar a la gente sin su consentimiento? Incluso yo creo que eso está muy jodido.

    —No te he pedido una opinión moral, cerebro de guisante. Elige una.

    —Eh, las gemelas portuguesas, supongo.

    Ja. Incesto antes que sexo interracial. Claro que iba a escoger eso. Putos católicos. Shadil pensó para sí mismo mientras ponía la cinta en el reproductor Betamax.

    —Por cierto, el VHS es mejor.

    —Cierra el hocico. —Se sentó y pulsó el botón de reproducción del mando a distancia.

    Ambos vieron la acción grabada de forma rudimentaria y se masturbaron al mismo tiempo.

    —La verdad es que follas bien. —Comentó Juan. —En un sentido no homosexual, quiero decir, ¿eh?

    —Claro, claro, lo sé. Nada gay.


***

    En la enfermería, Elizabeth leía mientras se recuperaba de sus heridas. Debido al ajetreo, no podía pedir sangre compatible para la transfusión y se vio obligada a recuperarse con algo de comida, pasando el tiempo leyendo los manuales de medicina que había en las estanterías. Se enfadó cuando oyó que alguien se acercaba y el ruido de la puerta al abrirse. Rápidamente, se escondió bajo las mantas, con el libro incluido, y esperó, sintiendo que su corazón se aceleraba. Por un momento, pensó que su corazón iba a salir de su cuerpo de repente.

    Se oyó un pequeño sonido sordo cerca de ella y los pasos se alejaron, y oyó cómo se abría y se cerraba la puerta de nuevo. Sin atreverse aún a comprobar qué había quedado, por si el sonido era un truco, mantuvo el cuerpo quieto. Y finalmente oyó los pasos desde fuera, alejándose.

    Muy lentamente, se incorporó en la cama. Quienquiera que fuera, había dejado un pequeño ramo de flores silvestres de la montaña en la mesita de noche. Apuesto a que fue ese tipo, pensó. Estúpido idiota. Estúpido, estúpido, estúpido.

    Pero nada más lejos de la realidad. Por una vez, fue Rurik quien decidió tener un gesto amable con ella cuando nadie más pudo hacerlo debido a la situación de alerta. Sonrió y decidió dirigirse al viejo almacén, siguiendo las indicaciones que había recibido, para llevarse toda la munición compatible extra que pudiera para él.

    El lugar era lúgubre y olía a polvo. Al igual que el resto del edificio, pero en esa habitación el olor era aún más penetrante. Sabía que antes lo había utilizado Bakarne, por unas gafas como las que ella llevaba, pero completamente rotas sobre la mesa. También vio un uniforme rojo colgado en una de las esquinas, pero no tenía ni idea de qué origen.

    No tuvo que buscar mucho, ya que las cajas con munición soviética ya habían sido movidas recientemente. Cogió todo lo que pudo meter en sus bolsillos y en las bolsas de su cinturón. Antes de irse, se aseguró de cerrar con llave, no sin antes echar un último vistazo a la triste y solitaria habitación.

***

    Emil miró la pradera que se extendía frente a la entrada principal de la base. A diferencia de lo que había visto al haber nacido y crecido en una ciudad, el campo abierto le resultaba mucho más acogedor. Agradeció haber traído el poncho de cabra, ya que la brisa se estaba volviendo mucho más fuerte y él estaba acostumbrado al calor del sur de España. En cierto modo, echaba de menos los veranos que pasaba con sus amigos en los campos frutales, recogiendo frutas y comiéndolas mientras observaban cómo cambiaba el paisaje con el paso del tiempo.

    —No hay remedio. Ahora estoy aquí. —Y disparó una botella que habían dejado abandonada por allí. Pero esta vez falló por completo. —Haah.

    Se sentó en una valla de hormigón y murmuró.

    —Lo único que yo quería era tener la mejor experiencia de juego de rol en vivo con mis amigos. Me cago en mi puta vida.




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