—¡Ladrón asqueroso... estás acabado en cuanto te atrape! —Prometió Banan, corriendo a toda velocidad en tacones y solo una pequeña linterna que le permitía seguir avanzando por los oscuros pasillos.
—¡Pedazo de mierda! ¡Ven aquí para que te vuele los sesos! —Gritó Bakarne, jadeando y sosteniendo un arma cargada que no le pertenecía.
—¡Jodido bastardo! ¡Te voy a romper el cráneo a hostias! —Gritó Elizabeth, vestida con sus ropas íntimas de cuero, mientras Emil la llevaba a caballito, haciendo todo lo posible por no caerse ni tropezar. En una de sus manos, la gótica hacía girar amenazadoramente su elegante bastón.
El ruido de todos los pasos resonaba con fuerza en los estrechos pasillos. Y, en cuestión de segundos, todos tuvieron que detenerse y mirarse frente a frente. Solo había tres caminos, y todos ellos estaban bloqueadolos.
—¿Qué hacéis aquí, chicos? —La gerente movió la linterna. Bakarne parecía un búho enfadado con la luz dirigida hacia su cara y Eli no mostró una reacción diferente. —¡¿Y por qué vosotros estáis desnudos?!
—Lo mismo pregunto, ¿qué hacéis aquí vosotras dos? —Emil finalmente cedió y tuvo que agacharse para dejar que Elizabeth se bajara de su espalda. —¿No visteis a nadie cruzaros por el camino?
—No, yo no me he topado con nadie. Estaba intentando atrapar a alguien. —Bakarne bajó el arma. —¿Y vosotros?
—Lo mismo. Alguien entró en mi oficina y los pillé revolviendo en los archivos confidenciales. —Banan se tomó un segundo para recuperar el aliento. Le dolían mucho los pies.
—Alguien me atacó después de que este y yo fo... —Eli tosió. —Cuando estaba con este tipejo de camino a nuestra habitación. Intentamos atraparlo.
—¿Mientras jugábais al jinete y al caballo?
Eli miró a su compañera de élite. Le pareció interesante la nueva pistola que llevaba y al reconocer el modelo, se limitó a sonreír y no dijo nada más.
—Si
ninguno de nosotros ha visto a ninguna de las personas a las que
perseguíamos... ¿a qué demonios estábamos siguiendo? —Preguntó
Banan, y el silencio se apoderó de la oscuridad, sin que nadie
pudiera encontrar una respuesta razonable.
***
La mañana del mismo día. Banan ya estaba elegantemente vestida con un traje azul y tacones negros. Para variar un poco, ese día llevaba un hiyab verde pastel adornado con margaritas bordadas. Erguida, severa y lista para un nuevo día de duro trabajo con una taza de café negro en la mano. Abrió su oficina con una llave y entró. Un clic y las luces se encendieron. Puso en marcha el ordenador mientras dejaba la taza sobre el escritorio. Mientras la máquina arrancaba, se recostó en su silla.
—Haaah... y otro día más...
Y entonces, comenzó a desmoronarse y a llorar en voz alta.
—¡Oh, Alá, estamos perdidos! —Lloriqueó con la voz quebrada y cubriéndose la cara con las manos. —¡Por favor, ten piedad de este grupo de inútiles pecadores!
Sus lágrimas no cesaban y no había nada más que hacer que quitarse las gafas antes de que se empañaran. Sintió que sus mejillas se calentaban y sus labios se torcían en un vago intento por mantener su voz estable.
Toc, toc.
—¿Quién es? —Preguntó, pero aún no se sentía capaz de atender a nadie.
—Hum, Em... Quiero decir, ¿Banan? ¿Puedo entrar?
—Ah... Está bien, George, pero cierra la puerta detrás de ti.
Giró la silla en dirección opuesta para no tener que mirarlo a la cara hasta que se calmara. En el momento en que él entró, ella sacó una toallita húmeda del cajón y se secó las lágrimas.
—¿Todo bien? —Preguntó George, quedándose en el centro de la oficina. —Esto... solo venía a preguntarte algo sobre los papeles de mi operación...
—¿Qué ocurre con ellos? —Respondió ella con la mayor indiferencia posible.
—Me gustaría una prórroga. Creo que es conveniente quedarme aquí algo más que dos semanas.
Ella sintió que se le hacían un montón de nudos en el estómago.
—Como desees. Enviaré tu solicitud por intranet.
—¿Eso es todo? —Se sorprendió y se sintió más aliviado. —Bueno, supongo que primero tendrán que aprobarlo, ¿no es así?
Se quedó allí parado, mirando la silla. No le sorprendió que ella no quisiera mirarlo y sintió que también le debía algo de sinceridad. Sí, ella tenía que saberlo. Y él necesitaba cerrar el tema para que ambos quedaran en buenos términos.
—Hum. Yo... he empezado algo con otra persona, así que... Hum... Lo que quiero decir es que no te volveré a incordiar y...
La silla se giró lenta y dramáticamente hacia él. Agarrándose al reposabrazos con las uñas y con una mirada de puro y absoluto juicio, Banan lo miró. El cuerpo del agente se congeló en el acto.
—Haram. —Dijo ella. Así, sin más.
—Uf. —Vale, ya está cabreada. Buen trabajo, George. —Hum, perdona por ser un pecador tan patético, jefa.
Ella no dijo nada. Todo su cuerpo estaba anclado a la silla, emanando un aura oscura de odio hacia cada centímetro del hombre que tenía delante. Apretaba los dientes y fruncía el ceño con tal esfuerzo que él sintió que iba a morir por una maldición en ese mismo instante. Y entonces, su rostro se descompuso en un grito desesperado.
—¡George!
—¿Qué?
Ella volvió a cubrirse el rostro con las manos. Él no sabía qué más hacer que acercarse para ver cómo estaba.
—Ay, ya está. No puedo seguir así. ¡La nueva administración es terrible! ¡Esa maldita coreana se está gastando todo el dinero en armas nuevas y hay cada vez menos comida, pero nadie me escucha! ¡Todos le obedecen sin reparo y es imposible decir nada! —Ella lo miró. —Y sin embargo tengo que cumplir todo lo que me manda, ¡pero los jefes me están machacando a base de bien! ¡Ya me han amenazado con echarme de aquí! ¡Y me niego a ser otra vagabunda marginada en Londres! ¡Me niego rotundamente a volver allí!
George recordó cuando ella le contó su experiencia como refugiada. No fue una experiencia agradable. Llena de violencia. De odio. Con todas las miradas más desagradables siguiéndola con repugnancia. Sintió que se le hacía un nudo en la garganta al pensarlo y la abrazó. También se quitó la máscara, ya que le pareció apropiado para mostrarse más sincero con ella.
—¡Todos están empeorando su formación! Sí, la señora les está dando instrucciones adecuadas... ¡Pero todos están más perdidos que nunca con la cabeza en las nubes! ¡Todas las pruebas de puntería y fuerza están por debajo de la media! Están tan obsesionados con ella que no se dan cuenta de lo preparados que están para convertirse en carne picada en la próxima misión programada. ¡Y no nos van a mandar reclutas nuevos!
Ella siguió gimoteando mientras él la dejaba sentarse en su regazo, con la cara mojada y pegajosa por todos los mocos que le salían. Lo único que él podía ofrecerle eran unas palmaditas amistosas mientras ella apoyaba la cara en su hombro, completamente roja y expresando la fatalidad en cada una de sus palabras.
—Es que... todo mi esfuerzo no ha servido para nada... ¡Y tú vienes aquí solo para morir como un maldito idiota!
—Lo siento... —Sintió que sus propios ojos también derramaban algunas lágrimas. —No me había dado cuenta de lo difícil que era esto en el fondo... Escúchame.
Era hora de ser un pedazo de hombre. La agarró por los brazos y la miró a los ojos. La miró directamente, sin vergüenza. Ella parecía un poco sorprendida, pero dejó que él la colocara en posición. George respiró hondo y exhaló, y luego continuó.
—No puedo prometerte que todo vaya a ir bien. Pero estoy aquí para ayudarte. ¡Siempre estoy aquí para ayudarte, maldita sea! Así que, si alguna vez sientes que todo es demasiado, no pasa nada por pedirle a alguien que te eche una mano. Eso es lo que hacen los amigos, y yo siempre seré tu amigo. Siempre puedes contar conmigo.
—George... —Sollozó ella. —No volverás a desaparecer de la nada, ¿verdad?
—No, esta vez de verdad. Estoy aquí para quedarme. Aunque eso signifique que acabe volando por los aires, no me apartará de mi deber. —Se sintió muy guay al decir eso. —Siempre prometí ayudar a quienes lo necesitan y mantendré mi palabra sin huir ni poner excusas.
Banan lo miró.
—¿Quién fue?
—¿Eh?
—¿Con quién te acostaste? —Entrecerró los ojos y lo miró furiosa.
—Eh... ¿por qué quieres saber eso ahora? —Una gota de sudor comenzó a delatar lo incómodo que era para él guardarse eso para sí mismo.
—Dímelo de una vez.
—Esa chica pelirroja con el gorro negro...
Una vez más, sintió que no tenía control sobre su propio cuerpo. Solo las chicas que conocía parecían poder dictar el ritmo. Ella lo agarró con ira y lo arrastró hacia el escritorio. Pero además, sin respetar sus creencias, también se aseguró de que él sintiera como se recorría el cuerpo con la mano libre desde sus piernas hasta sus labios.
—De todas las zorras de este lugar... ¡¿tenías que follártela a ella?!
—Sabía que no te gustaba, pero...
—¿Que no me gusta? La odio, joder. —Sus gafas brillaron. —¡Te habría perdonado incluso si te hubieras apretado a la cerebroliso de la nazi! ¡Pero no! ¡El chaval tuvo que metérsela a la cerda pelirroja que no me ha dado más que problemas desde el primer día!
—Vamos, no nos dejemos llevar...
—¡George! ¡Ahora tienes que compensarme y follarme si quieres que te perdone!
Mierda bendita por todos los dioses del Panteón. ¿Qué demonios está pasando? No podía creer lo que estaba oyendo. Ella estaba increíblemente enfadada. Por un lado, se alegraba de que ya no hubiera tristeza en su rostro, porque su propio corazón no lo habría soportado. Pero esa ira superaba incluso lo que había visto en ella en el pasado. De hecho, nunca pensó que pudiera estar tan cabreada. Lo peor de todo era que ella estaba completamente vestida, pero su cerebro había empezado a rebuscar en su memoria y a llenar los huecos. En poco tiempo, su cabeza se llenó de imágenes de sus anteriores momentos de amor. Y por supuesto, como en los últimos dos años, eso hizo que su polla se pusiera felizmente dura.
—Mierda. —No podía ocultar su vergüenza ni su nerviosismo. Al fin y al cabo, se había quitado la máscara. No es que eso funcionara con ella, tan perspicaz y conocedora de él. —Mierda, mierda, mierda. Yo no quería montar un drama...
—Demasiado tarde. Todo empezó en el momento en que llegaste aquí.
—¡¿Y cómo esperabas que supiera que trabajabas aquí?! —Protestó él.
—Ya no hay nada que podamos hacer.
Tenía la garganta seca. No había podido beber nada más que el último trago de agua limpia que le quedaba en el cantimplora. Y se negaba a tomar alcohol para evitar cualquier distracción, por mínima que fuera. Su situación era justo la última en la que esperaba encontrarse jamás. Joder, por Dios Bendito y Cristo.
—Ah, que le den.
En unos instantes, ya se estaba abriendo camino dentro de su precioso coño. Era tan maravilloso como lo recordaba, y lo utilizaba continuamente en sus recuerdos cada vez que quería cascarsela. No solo eso, sino que su propia polla parecía tan feliz y ansiosa por volver a ella que sus caderas se movían solas, por lo que todo resultaba muy fácil.
—Mierda, mierda, echaba tanto de menos este coño.
—Yo también echaba de menos tu polla... —Lloriqueó un poco ella. —No pares, por favor...
No estaba en sus planes detenerse. La oficina pronto se llenó con sus gemidos al unísono, abrazando de nuevo todas las viejas emociones. Ambos tenían las caras sonrojadas y dejaban escapar algunas lágrimas de necesidad. Él le agarró las piernas con ambos brazos contra su pecho mientras seguía clavándole su cálida verga, y ella lo miraba con solo su hiyab y sus gafas cubriendo su cuerpo. El resto de la ropa estaba debajo de ella en el escritorio para mayor comodidad, y los pantalones y las bragas en el suelo.
—Si esto es lo que querías desde el principio, ¿por qué no me lo dijiste? —Le preguntó él.
—No quería parecer poco profesional...
—Maldita sea... realmente te encanta este trabajo, ¿eh? —La miró mientras sus labios dejaban escapar más gemidos dulces y cortos. —Perdona por el desorden... —Comentó humildemente, al ver cuántos de los archivos que antes estaban sobre el escritorio ahora estaban por todos lados.
—¡Deja de quejarte!
—¡Urk...!
Tuvo que bajar un poco el ritmo para que su miembro, ya sensible, no derramara lo que quedaba de la aventura del día anterior. Su corazón le pedía que se asegurara de que ese momento durara para siempre, pero su compañera parecía descontenta con la decisión.
—George... ¿qué estás haciendo?
—Hum.. —Él le sonrió, deseando hacerla reír y disfrutar también del momento.
—¿Perforando por petróleo?
Se le puso la piel de gallina al ver que su rostro volvía a mostrar el odio más desquiciado que podía expresar.
—No. Tiene. Gracia.
—Vaya, lo que quiero decir... es...
Fuera lo que fuera lo que quería decir, no tuvo tiempo de explicarlo: ya lo habían echado, con los pantalones todavía bajados. Ella lo miró, pero no dijo nada antes de cerrar la oficina y poner un cartel de «No disponible» en la puerta.
—He vuelto a meter la pata, ¿verdad? —Se dijo a si mismo entre sollozos, sintiendo cómo su pene se volvía flácido y frío en el pasillo. Miró a su alrededor. Al menos esta vez, Pujay no estaba mirando. ¿O sí?
***
—Hum. —Emil se despertó entre las cálidas mantas y la boca de Elizabeth trabajando en su polla. —Buenos días.
—Guten Morgen. —Dijo ella mientras le daba unas lamidas por última vez a su desayuno. —Voy a la cafetería, ¿vienes?
—Quiero darme una ducha primero...
—Vale, entonces te espero allí.
El olor a tostadas y gachas de avena dominaba los sentidos de todos los miembros que descansaban en la cafetería de la base. El único cambio hoy era el desagradable olor a aceite y metal oxidado que provenía del mostrador que cubría la cocina. Pero nadie se quejaba ya que, en una voluntad distorsionada y derrotada de la división, el juego, la comida y el sexo eran las únicas cosas que mantenían el ánimo. Cualquier cosa que fuera lo suficientemente apetecible como para masticarla sería bienvenida como si fuera un regalo de una deidad superior.
La jerarquía era casi inexistente y apenas había puestos especiales que ocupar. Así que cuando una chica guapa que gustaba a todo el mundo, aunque solo fuera por mirar a un miembro que tenía una cara que no fuese difícil de amar entraba, se formaba un grupo a su alrededor. Elizabeth se dirigió con paso firme hacia el mostrador, sin hacer cola, y cogió un menú que estaba preparando una de las chicas encargadas para otro miembro. Por supuesto, este no protestó y ella se llevó el desayuno a la mesa en la que nadie más quería sentarse.
—Sabes, si ese ceño fruncido no te hiciera parecer como si acabaras de oler mierda, la gente no te evitaría como si fueras mierda.
—¿Y si quiero que la gente me evite como si fuera mierda? —Bakarne estaba mordiendo lo que ya no se podía llamar una tostada, sino un trozo de carbón. La mujer vestida con ropa holgada estaba acostumbrada a que le dieran las peores sobras y nunca decía nada al respecto. Un hábito alimenticio casi suicida que parecía ser incluso lo que ella buscaba. —Pero bien que te acercas al montón de excrementos.
—Oye, solo estoy haciendo mi parte y quedándome con mis compañeros de la élite, en lugar de con los campesinos. ¿No es lo correcto, colegui?
—No recuerdo en qué momento nuestra relación haya pasado a ser de amistad.
Elizabeth suspiró.
—Por Dios. ¿No puedes ser amable por una vez en tu condenada vida?
—No.
Ambas centraron sus energías en las comidas que tenían delante. Después de todo, costaba mucho esfuerzo mental siquiera mirarla. Las gachas parecían avena remojada en las aguas más limpias de los ríos británicos.
—Sigo sin poder creer que el viejo esté bajo tierra. —Elizabeth se apartó el flequillo liso y oscuro para evitar que tocara aquella guarrada, mientras cogía una cucharada y reunía fuerzas para llevársela a la boca. —Y luego llegaron un montón de gente nueva. En pocas palabras, parece que no podemos volver a nuestra cómoda y aburrida vida.
La mujer gruñona se terminó la tostada quemada y bebió las sobras de las gachas para hacer bajar el carbón. Elizabeth no quería que el momento terminara tan pronto, así que empezó a soltar todo lo que tenía en la cabeza, que no era mucho más aparte de pollas y coños.
—Ese tal Chamán es taaaan monillo... Creo que puede que le den el estatus de Élite. Si realmente lo hacen, no me importaría compartir mi cama con él. —La frase intentaba sutilmente provocar una discusión con su silenciosa compañera de mesa. —Sin embargo, esa mujer asiática... No quiero sonar racista, pero me parece muy sospechosa, siempre acercándose a los chicos... No es que esté celosa de que últimamente le presten más atención, pero, ya sabes, me da la impresión de que es una devoradora de hombres...
—No se se si te has dado cuenta... —Bakarne carraspeó y, con una voz nasal y malhumorada, se expresó claramente. —Cuando sueltas cosas como que no quieres parecer racista, quizá deberías echar un vistazo a tu propio uniforme.
Elizabeth se echó un vistazo rápido. Se dio cuenta en silencio, pero fingió mantener la calma mientras se enderezaba la corbata y la infame banda roja de su brazo. Por supuesto, no podía dejar pasar que su compañera de élite la ridiculizara por enésima vez.
Tenía que atizar en el clavo torcido para causar el mayor daño posible.
—Y bueno, ese gran monstruo comunista que parece ser un asesino frío, siendo tan gruñón... Con el mismo nivel de comunicación que una chica rural como tú, tal vez si os juntáis logreís tener como mínimo, una neurona.
—Escucha, Elizabeth, el hecho de que tengamos el mismo rango no significa que tenga que aguantar tus malditas chácharas de princesa todos los malditos días. —Bakarne finalmente mostró lo que era una emoción humana, aunque fuera contenida. —Y la próxima vez que me menciones a ese chucho siberiano, te juro que te voy a meter un ladrillo de Semtex por el culo, kakaburua.
—Gesundheit. —La dama bromeó con la vagabunda mientras Bakarne se levantaba de la mesa y salía de la cafetería. —Je, je, je. —La alegría de haberle dado una respuesta victoriosa e incluso haberle visto una debilidad entre su estoicismo hizo que la chica alemana disfrutara de la comida, que normalmente era horrible. —¿Y ella es la mayor? Es como una niña chica.
—Hola. —Emil llegó. —¿Me he perdido algo?
—Y tanto que te has perdido. Terminemos de comer y volvamos a la habitación para follar.
—Pero
si acabamos de salir...
***
Bakarne caminó por los pasillos destrozados de la zona abandonada hacia su almacén. Pero no le apetecía entrar. Se quedó parada frente a la puerta. Ya había utilizado todos los materiales que le quedaban, y la chica coreana chic básicamente ya estaba alimentando a los reclutas, así que ¿realmente tenía ella alguna utilidad? Su frente empujó lentamente contra la puerta y se quedó allí, apoyada contra ella como si estuviera haciendo el movimiento de Smooth Criminal.
—Grrrmgh. —El dolor en sus colmillos aumentó al apretarlos entre sí. Unos segundos más y habría perdido algunos dientes. Pero un olor llegó a su nariz y dirigió la cabeza más hacia el pasillo. Un pasillo oscuro y una ventana luminosa al final. Sus pies se movieron por sí solos. Era imposible. Debía de ser una alucinación. ¡Era el olor de comida de verdad!
Algo parecido a carne frita. Sin darse cuenta, ya había empezado a correr y se detuvo justo en el momento en que agarró el marco de la ventana y empezó a escudriñar el exterior. Al cabo de unos segundos, vio a lo lejos una figura gigantesca sentada y algo siendo cocinando en un kit de cocina al lado. En circunstancias normales, lo habría ignorado, pero su estómago le exigía ir a comer algo.
—¡Eh, rojo estúpido! —Le gritó a Karabanov, que estaba limpiando la piel de una cabra que había cazado y despiezado, todavía absorto en sus pensamientos sobre en qué convertirla.—¿Qué estás cocinando ahí?
—¿Eh? —Rurik miró el edificio y se sorprendió de que ella hubiera conseguido ver su lugar para almorzar desde tanta distancia. —¡Sopa con albóndigas de cabra! —Por alguna razón, no sintió la necesidad de ocultárselo.
—¿Te importa si te robo un poco?
—Eh... bueno, da igual. ¡Ven! —Se rió, pensando que no quedaría nada para cuando ella diera toda la vuelta al edificio y llegara al patio trasero. O al menos eso era lo que había planeado al principio, pero su siguiente movimiento fue saltar desde el segundo piso sin preocuparse por su seguridad. La nieve se removió bajo sus pies y amortiguó perfectamente su caída. Se quedó boquiabierto cuando ella se acercó, babeando por el olor de la sopa.
—Dame. —Su petición fue acompañada por un gesto con la mano extendida hacia él, que seguía sentado en una roca con el cuchillo para despellejar y la piel de cabra en el regazo.
—Eh...
—Dáme. ¡Mesedez!
Tenía la sonrisa más inocente y adorable que él había visto jamás, con un ligero destello de uno de sus colmillos. De acuerdo. No hay forma de que pueda negarme si me lo pide con esa carita...
—Está bien, está bien... —Dejó la piel colgada en una rama cercana y se quitó los guantes cubiertos de sangre. —Coge uno de esos cuencos de metal y algunos cubiertos mientras me limpio las manos.
A diferencia de las otras ocasiones en las que habían estado juntos, ella se comportó como un angelito. Se sentó en otra roca cercana, sosteniendo el cuenco en sus manos con paciencia. Rurik le sirvió primero una porción escasa esperando que fuera suficiente, pero ella levantó el recipiente en silencio, mirándolo directamente a los ojos. ¡Ugh! ¡No hagas eso! Le sirvió la mitad de la comida y eso pareció complacerla, ya que empezó a comer de inmediato.
—¡Eh! ¡Que está todavía ardiendo!
Pero a ella no le molestaba la carne caliente ni el caldo que parecía recién sacado de un volcán. Comíó las albóndigas mientras tarareaba y se bebió la sopa de un trago, mientras el pobre ruso solo podía mirar cómo su propia ración se iba reduciendo poco a poco, comiendo con cuidado.
—¡Gaaah! ¡Gozo-gozoaaa! —Levantó el cuenco hacia él con las manos. —¿Se puede repetir?
—Hoy ya no hay más. Pero tengo algunas chuches... —Le dio una extraña barra de chocolate con unos divertidos hombrecitos de colores dibujados en el envoltorio. Por supuesto, Bakarne ni siquiera podía leer lo que ponía. —No me gustan mucho los dulces, así que te los puedes quedar.
—¡Yupiii! No es una karolina, ¡pero servirá! —En cuestión de segundos, ya se la estaba comiendo.
Estuvieron en silencio durante un rato, solo se oía el masticar y el comer. Una suave brisa de aire frío pasó, meciendo las ramas de los árboles cercanos. Bakarne hizo una bola con el envoltorio y lo guardó en uno de sus bolsillos. Rurik lavó y guardó su kit de cocina.
—Mmm. Estaba todo muy bueno. —Bakarne se levantó y eructó. —¿A qué hora dices que es la cena?
—Escucha un momento... —Rurik sentía que se le nublaba la cabeza. —Estoy demasiado cansado para pensar en qué preparar más tarde. Necesito un respiro.
—¿En serio? ¡Y yo creía que nunca dormías! ¡Kar-kar-kar! —Se golpeó la rodilla como si hubiera contado el mejor chiste del mundo. —¿Por qué no vas a aplastarte las orejas contra la almohada?
—Ojalá pudiera. Pero sé que en cuanto cierre los ojos, alguno de vosotros vendrá y me apuñalará o me cortará el cuello. Aquí todos me odian. —Su marcado acento no bastaba para ocultar lo miserable que se sentía.
—Hum—. Ella lo miró. —Bueno, yo no te odio.
—¿Eh? —Sus ojos grises la miraron, atónitos. —Pero si te he...
—Hum, me amenazaste con esa guarrada que es tu picha, eso es cierto... Pero no creo que hayas asesinado a Lázár. —Se ajustó las gafas y continuó: —Pero no es que tenga pruebas, así que no te pongas chulito.
—Ya veo... ¿Entonces sugieres una tregua? No creo en cosas como esas. —Sonrió.
—No, no, lo que tenemos es una relación comercial. Tú sigues alimentándome... y yo te cubro las espaldas durante la noche, ¿vale? —Se golpeó el pecho con orgullo. —Cuando alimentas a un vasco, te ganas su lealtad eterna. Ahora te debo la vida.
—Ja... ja, ja, ja... —Se agarró la cabeza con incredulidad. —Eres una cosa de otro mundo.
Se levantó y se acercó a ella.
—Trato hecho. —Se dieron un firme apretón de manos, mirándose a los ojos. —Con esto, tus tareas como chupadora personal de mi polla soviética quedan desestimadas a favor de tus servicios de protección.
—Venga.
Voy a echar una siesta para recargar energías. Ya nos veremos por la
noche, cerdo comunista
***
Esa misma noche. Banan acababa de prepararse un chocolate caliente, que olía como si la leche ya estuviera en mal estado, y se dirigía a cerrar su oficina. Pero antes de entrar, oyó algo como si estuvieran rebuscando dentro.
La taza salió volando por los aires cuando ella saltó al interior, y la figura que estaba asaltando su archivador reaccionó con calma. Antes de que pudiera encender las luces para ver su rostro, el intruso se abalanzó sobre ella. Su cuerpo reaccionó con suficiente rapidez y flexionó la pierna para hacerle tropezar. Lo consiguió a medias, ya que la persona no pudo evitar caer tras golpear la barandilla y hacia el suelo de la planta inferior. ¡Bingo! Se tomó un segundo para coger una linterna y bajó corriendo las escaleras. El ladrón ya se estaba recuperando y empezó a correr hacia los pasillos que conducían al sótano.
—Tú, asquerosa criatura... —Y mantuvo la presión, corriendo detrás de él.
Al mismo tiempo, Emil estaba deshidratado, obligado a correrse en el coño fascista de Elizabeth. Ella lo montaba con fuerza, todavía hambrienta, después de haberlo mantenido inmovilizado y duro durante todo el día.
—Por favor... he aprendido la lección... ¡déjame descansar! —Suplicó él, pero ella no cedió.
—¡Aún no has terminado! —Gruñó y le golpeó el pezón izquierdo con una fusta. —¡Me querías toda para ti, ahora apechuga, maldito marica! ¡Descansarás cuando mi coño haya empapado toda la cama!
La litera crujía y chirriaba. No dejaba de rebotar mientras ambos estaban en su decimocuarta relación sexual del día. Emil estaba atado con cuero, con una cadena que estaba unida al collar de su cuello y un anillo metálico para el pene que nadie sabe de dónde demonios lo pudo sacar Elizabeth. Ella también llevaba un top de cuero y botas. Emil sentía que se le taponaba la nariz y que se le nublaba la vista. Estaba a punto de morir por el gran esfuerzo que suponía el maratón sexual al que le sometía la voraz joven. Y se sentía tan bien, su coño era genial, pero él estaba a punto de morir por la falta de líquidos entre sesión y sesión.
—Por favor... córrete de una vez, niña... A las vacas solo se las ordeña una vez por día...
—¡No hay excusas! ¡Marica! ¡Quejica! —Y ahora le golpeó el pezón derecho.
—¡Achk! —Su polla liberó el último chorro de su propia leche caliente dentro de ella, pero eso no la detuvo. —Haa...
Tan placentero, pero tan agotador. Finalmente, decidió rendirse y dejarlo libre. Su coño goteaba a borbotones. Bueno, él ha hecho todo lo posible. Se merece una buena recompensa. Ella lo liberó y le besó la mejilla.
—Vamos al baño a lavarnos un poco. Y te daré algo rico para beber.
—Ah... gracias.
Una vez limpios y de vuelta a la habitación, ella le dio un poco de zumo de naranja fresquito que había birlado del bar. Él empezó a beber mientras caminaba y ella le dio unas palmaditas en la espalda. Por un momento, Emil la miró con ternura y pensó que ella correspondía un poco sus sentimientos. Ya estaban casi dentro de la habitación. Apretó los labios mientras trataba de encontrar las palabras adecuadas para abrirse a ella, pero antes de que tuviera el valor, un fuerte ruido rompió el momento.
—¡Ay!
Elizabeth vio rojo durante unos segundos cuando algo le cayó en la nuca y empezó a gotearle sangre por la frente. Emil se giró y vio la silueta del agresor huyendo...
—¿Quién ha sido? ¿Quién ha sido el cabrón? —Gritó la alemana mientras intentaba desesperadamente agarrar su bastón en la oscuridad. —¡Ve! ¡Te seguiré en un momento!
—Pero...
—¡No pasa nada! Me despejaré en un momento y te seguiré... —Pero no le dejó terminar la frase, ya que él empezó a levantarla a caballito. —¡Idiota!
—¡Guárdate tus quejas para más tarde!
Y en cuanto ella pudo agarrar el arma, él empezó a correr en la dirección en la que había huido el agresor.
Hum. Quizás no lo pensé muy bien. Bakarne bostezó, acercándose al dormitorio de Karabanov. ¿Realmente intentará algo sucio otra vez? Una pequeña silueta salió por la puerta. Ambos se miraron, o eso creyó ella, pero estaba tan oscuro que no podía distinguir si era un hombre o una mujer. La persona huyó. No me digas que llego tarde y alguien ya le ha... Vio las huellas rojas en el suelo.
Corrió hacia el dormitorio y vio el cuerpo de Rurik sentado en el suelo, sin su ushanka y con el cuello manchado de rojo.
—Gh...
—¡Eh! —Se acercó. —¿Estás bien?
Tras examinarlo, descubrió que no tenía ningún corte en el cuello, sino que alguien había intentado estrangularlo con una cuerda fina. Quizá algo parecido a una cuerda de piano. La sangre salía principalmente de su boca, lo que le dificultaba respirar.
—No te preocupes. Te llevaré a la enfermería...
—Cállate. —Lentamente, sacó algo de su cinturón. Una pistola Makarov, completamente cargada. —Vuélale la puta cabeza y pinta las paredes con los sesos de ese bastardo. No me importa quién sea.
—Hum, ¿ahora quieres que me tachen de traidora? —Pero no negó la pistola. —¿Qué saco yo con todo esto?
—Yo... cocinaré para ti el resto de mi vida.
Wooosh. A una velocidad vertiginosa, sus botas irrumpieron en el pasillo siguiendo el rastro de sangre hacia el culpable. Menos mal que había echado una siesta antes, porque pronto pudo alcanzar a ver el pequeño cuerpo en la oscuridad. Un giro a la izquierda. Por supuesto. Siguió recto, planificando con antelación y preparada para tender una emboscada, aprovechando todos los giros de los pasillos cuadrados para acorralar a la rata. Parecía funcionar, así que ahora se acercaban al final del pasillo, donde chocarían en un pasillo en forma de T, el cual también podía dar a un punto muerto.
Los caminos se estrechaban. Y la única forma de guiarse era el olor de la sangre fresca. De lo contrario, estaría corriendo todo el tiempo en la oscuridad. Y cuando supo que estaban cerca del final del lado principal del sótano, cerca del callejón sin salida, una luz brilló. Las huellas se detuvieron. Era el lugar al que sin duda estaba buscando llegar. Sin embargo...
Banan. Con una linterna en la mano y enfadada. En una de las entradas en forma de T. Y en sentido contrario, Emil y Elizabeth, con ropa de cuero de tipo sexual.
—¿Qué coño es esto...?
—¡Esa es mi frase! —Respondieron todos.