—De acuerdo. Y esa es vuestra teoría, ¿no? —Los dedos delgados y perfectamente cuidados de la gerente bailaban enérgicamente sobre el teclado. —Bueno, la verdad es que no hay mucha gente que tenga este tipo de información aparte de nosotras.
Las letras verdes parpadeantes se agitaban frenéticamente en la pantalla de su ordenador. Tanto Bakarne como Elizabeth parecían cansadas. Era evidente que la tensión era alta. Y aparte, siendo la primera vez que ocurría algo así en la División.
—Bueno, tampoco puedo revelaros quién sabe qué. Pero... —Banan se quitó las gafas por un momento y las miró con el mismo agotamiento. —Después de pensarlo, quizá os dé alguna información cuando tengamos más pistas. Quiero evitar rumores y más violencia en el equipo. Si ya estamos cediendo ante la presión, no podremos sobrevivir mucho más tiempo. Ni aunque solo sea para escapar, si nos cambian de posición otra vez.
—No nos tomes el pelo. ¿Por qué la muerte del líder significaría que tenemos que trasladarnos a otra base? —Preguntó Bakarne, cruzando los brazos y mirándola.
—Es el procedimiento habitual.
—Y una mierda como una cuadra.
Elizabeth jugaba con indiferencia con un bolígrafo entre las manos.
—Si lográramos atrapar al asesino, ¿podríamos quedarnos?
—Quizás. Pero eso depende de si se ha filtrado o no alguna información. Por eso solemos quemarlo todo, para no tener que preocuparnos demasiado. —Banan suspiró. —Pero, de cualquier manera, vosotras dos. Mantened un perfil bajo durante un tiempo mientras intentamos averiguar qué ha pasado. Comprobad cómo están los miembros y aseguraos de mantener su moral alta. No podemos permitirnos cagarla otra vez.
—Sí. —Ambas asintieron.
—Ah, una última cosa. —Banan hizo clic en otro archivo. —Debido a que se trata de una circunstancia especial, he tenido que llamar a nuestro tercer Elite. Lo sé, lo sé... —Antes de que ninguna de ellas alzara la voz, levantó la mano y las detuvo. —Lo sé, es un puto tocacojones, pero en lo que respecta a la guerra de información, es nuestra mejor baza. Así que os ruego que tengáis paciencia con él. Ahora, marchaos.
Las chicas salieron de la oficina del director y se encontraron a Emil en uno de los bancos de fuera, cerca de la barandilla del segundo piso. Como se había vuelto a romper el brazo, lo habían dejado fuera para descansar. No había nadie más en los pasillos. Ni siquiera el monstruo al que habían llamado.
—Hmrrgh. —Elizabeth había robado el bolígrafo y lo estaba mordisqueando. —No me gusta esto. Esa zorra nos está ocultando información, estoy segura. —Miró a Bakarne, que esta ya estaba lejos. —¡Oye! ¡Que te estoy hablando!
Pero Bakarne no se detuvo. Se mordía los labios y gruñía para sí misma.
—Como quieras, supongo. Tú,
vamos a hacerte un apaño.
***
Emil estaba a solo dos pasos de convertirse en una momia con el ritmo que llevaban. Le dolía todo el cuerpo. Sin embargo, seguía sonriendo un poco. Estaba tumbado en la cama, cómodo y pensando en echarse la mejor siesta posible en las almohadas tan cómodas y amarillentas de la enfermería. Y, sorprendentemente, Elizabeth también lo estaba cuidando mientras estaba sentada.
Parecía completamente interesada en los libros que había dejado para los miembros. Una serie de manuales sencillos sobre lesiones y medicamentos para que los utilizaran de guía, ya que no había enfermeras ni médicos acreditados que hicieran el trabajo de forma más profesional. En caso de que alguien contrajera una infección o enfermedad grave, lo más probable era que abandonaran su cuerpo fuera de la construcción.
—¿Todavía te duele?
—Como si me apuñalaran una y otra vez. —Bromeó Emil. —Llevo dos días recibiendo patadas de todo el mundo...
—Eso es lo que les pasa a los hombres blandengues como tú.
—Si tú lo dices, nena.
—No me llames así. No soy algo tuyo. —Respondió ella con brusquedad.
Emil frunció el ceño y miró al techo. Sabía que los agujeros de Elizabeth ya habían sido explorados por casi todos los miembros masculinos de la división, sin embargo, él quería investigar un poco por su cuenta. Pero ella no quería que nadie creyera que había algo entre ellos: su ego era demasiado frágil y, por supuesto, sus creencias eran contradictorias.
—Hum. Bueno, yo estoy bien aquí, así que ya puedes irte si quieres.
—No te hará falta decirmelo dos veces.
Ella se levantó bruscamente de la silla y se dirigió hacia la puerta. Emil miró la puerta y suspiró.
Una cosa que algunos no esperarían de la base es que tuviera su propio bar. ¿Comida? ¿Agua potable? Lujos. Pero el alcohol era constante y el principal líquido con el que se hidrataban. No solo eso era extraño. Desde el aspecto desarticulado de un edificio aparentemente educativo abandonado, hasta la sala delicadamente decorada con un conjunto de mesas elegantes y estanterías donde se guardaban las botellas. Incluso las luces, aunque tenues, contribuían a la mayor calidad de vida que tenía esa estancia.
Elizabeth se dirigió hacia las estanterías y cogió una botella de champán y zumo de naranja. En una copa fina, sirvió la mitad del zumo y luego lo completó con la espumosa delicia del champán. La mezcla conocida como Mimosa. Se sentó y dio un sorbo. Perfección pura, o eso pensó, aunque una copa fría habría sido aún mejor. Miró una cubitera abandonada, con el hielo derretido y un picahielo en el centro.
—Haaa...
Levantó la vista hacia la lámpara de araña del techo. Qué bien que Banan hubiera enviado a todos a sus habitaciones. Es raro encontrar este lugar tan tranquilo a esta hora del día. Dio otro sorbo.
—¡Oh, aquí está la bella señorita!
—Blegh. —Elizabeth derramó el cóctel al oír la voz. —Oh, no, este tipo sí que no.
Juan.
El putísimo hijo de puta de Juan.
La plaga de la 17.ª División. Primo de Lázár. Piel bronceada artificialmente y rubio del bote, bigote mal cuidado y dientes amarillos. Vestía un traje de cuero blanco y zapatos elegantes de punta marrones. Adornado con un montón de joyas de oro de mala calidad y el olor de una colonia anticuada. Todo ello le hacía parecer un turista sexual. También actuaba como un turista sexual. Uno de los pocos miembros que no tenía ningún tipo de coito con los demás, pero más que por voluntad propia, era porque todo el mundo huía de él.
—Mira que cada día estás más guapa. —Juan se sentó a su lado. —¿Te importa si comparto una copa contigo?
—Prefiero beber agua de un retrete al que no le han tirado la cadena en años. —Todo el cuerpo de la jóven se preparaba para saltar de su asiento.
—Ay, vamos, acabo de perder a mi tiito... Necesito a alguien que me haga sentir menos miserable...
—Os llevabais como el culo.
—Sí, es cierto... —Se sirvió un whisky. —Pero siempre es triste tener que separarse de la familia, incluso cuando son lo peor para ti...
Sus dedos se acercaban. Pero no estaba tan en forma como el resto de los miembros. Antes de que pudiera verlo venir, su mano quedó clavada en la barra con el picahielo. El grito de dolor resonó en las paredes de la habitación mientras intentaba quitárselo. Elizabeth se tomó el resto de su Mimosa.
—Lo único que quería hacer era disfrutar de mi copa, coño ya.
Dejó la copa vacía sobre la barra, ahora manchada de sangre. La mano del apestoso hombre temblaba y su rostro estaba empalicediendo por segundos.
—¡Puta malparida! —Chilló Juan.
—Pues sí, soy una cacho putona. —Ella lo miró con frialdad. —Pero una con principios.
—¡Pero quítame esta mierda, joder!
Él siguió gritando mientras ella se alejaba del bar. Cuando ella se hubo ido por completo, sintió que alguien retiraba el palillo y le ofrecía unos vendajes improvisados hechos con una servilleta. El hombre miró a la persona que le estaba ayudando y casi se echó a llorar. —Joder. ¿Dónde te habías metido, tío? ¡Llevo esperándote una eternidad.
—Sí. Menuda bienvenida me has montado. —Shadil sonrió. —Ojalá la próxima vez puedas ser más discreto, amigo mío.
—Haa... —Banan se sujetaba la nariz con un gesto de dolor. —Así que había dos sobres, pero uno estaba vacío.
—Sí.
—¿Y no encontrasteis la copia original?
—No. Podría haber sido destruida. O por nuestro hombre, o por alguien que le tendió una trampa. —George suspiró. —Además, la víctima debió de salpicar de sangre a montones de alguna manera al agresor. Porque el disparo fue sobre la misma cabeza de Lázár.
—Dudo mucho que alguien se fijara en si hubo quien estuviera muy manchado de sangre. Los accidentes son habituales dentro del edificio.
Banan intentaba encajar todas las pistas que ya tenía, pero aún no encontraba ninguna solución. Y su naturaleza inmaculada se estaba resintiendo por ello. El sonido de los tacones golpeando frenéticamente el suelo. George era el único que informaba, ya que Fanny estaba ausente. Al parecer, solo quería irse a dormir porque estaba aburrida. Pero gracias a eso, él sentía que podía estar allí sin su máscara. Su cabello rubio platino estaba todo aplastado por el uso constante y a pesar del frío, le corría algo de sudor por las sienes.
—¿Puedo ayudar en algo más? —Comentó George. —¿Quieres que haga de vigilante?
—No. Aquí solo eres un observador. —Banan fue rápida, probablemente acostumbrada al movimiento, en hacer un gesto con la mano para detenerlo. —Y no quiero un derramamiento de sangre dentro del edificio.
—Qué desconfianza hacia mi persona. —Se burló el americano, pero tratando de evitar cualquier tono desagradable. —Y mira que fui tu prometido.
—Precisamente por eso. —Ella se rió entre dientes. —Además, sé que tienes la mecha bien corta para dar patadas y recurrir a la violencia. Y si acabas hiriendo a un miembro inocente bajo mi vigilancia, los superiores me destrozarán por completo. Así que más te vale mantener ese culo tuyo quieto y tranquilito.
—Mi culo no tiene ningún problema. —Replicó él.
—La última vez que lo comprobé no era así.
—Ahora con bromas obscenas, ya veo. Eso no es muy halal por tu parte...
CLANK.
Uno de los tacones cruzó por encima de sus hombros y se clavó en la pared detrás de él, haciendo un agujero. Ella era casi una cabeza más baja que él, su complexión era mucho más delgada y frágil. Sin embargo, él se sintió acorralado por unos instantes mientras ella se paraba sobre su escritorio, con la pierna cruzada cerca de su cara.
—No me pongas a prueba, Chamán. —Ella lo miró mientras se quitaba los anteojos. —Sabes que puedo destruirte en cuestión de segundos si no te comportas como el buen perro que eres.
—Emmy... quiero decir, ¿Banan? —Sintió que el sudor se intensificaba. —Lo... lo siento, no interferiré en tu trabajo... ¡De verdad!
Juntó las palmas de las manos e inclinó la cabeza. Durante varios largos minutos, solo hubo silencio. Entonces levantó un poco la cabeza. Ella seguía pareciendo enfadada. Probablemente era mejor no insistir más. Y, sin embargo...
—Oye... ¿y si nos damos un piquito y haya paz?
Banan frunció el ceño. En cuestion de instantes, ya lo había echado a patadas de su oficina.
—¡Y no vuelvas! ¡Cacho estúpido!
La puerta se cerró de golpe después de que ella le tirara el bastón afuera, mientras George seguía en el suelo delante de ella y Pujay estaba sentado en la barandilla. De alguna manera, el chico hizo todo lo posible por levantarse. Afortunadamente, su pierna se estaba recuperando rápidamente. Una de sus pocas fortalezas. Miró a Pujay, que descansaba su rostro enmascarado contra su propia mano con garras.
¿Tienes algún chiste que contar? George puso mala cara.
Toda tu existencia es un
chiste, no me dejas nada para trabajar. El demonio cerró los
ojos y se encogió de hombros.
La noche había pasado. Con algunas costillas aún rotas, Emil se dirigió hacia la habitación que compartía con las élites. Se obligaba a sonreír para no molestarlas y fingir que no había pasado nada. Pero cuando llegó, estaba vacía.
—No puede ser que estas perezosas ya estén despiertas a las seis de la mañana por voluntad propia... —Se sentó en su propia cama. Era más limpia que las del hospital. Así que le resultó fácil cambiarse y ponerse cómodo, sabiendo que aún le quedaba un día para descansar antes de su entrenamiento. También era más cálida, y se preguntó si era porque las habitaciones estaban básicamente bajo tierra. —Haa... el cielo en medio del infierno...
Sus pies se acurrucaron felices y se puso cómodo bajo todas las gruesas mantas. Apenas tenían cosas buenas allí y él se iba a asegurar de que esas pocas valieran la pena. Si tan solo no se hubiera enamorado de la chica que lo odiaba...
Su cuerpo la anheló una vez más y sintió como su estado de ánimo decayó brutalmente. De repente, era imposible que su mente volviera a estar alegre. Le dolía la garganta. Tenía frío.
—Hola.
A su cráneo no le gustó lo rápido que saltó de su sitio y se golpeó contra la cama superior de la litera.
—Ah... ¡Ay, jo-der! —Se agarró la cabeza con dolor y saludó casualmente a Elizabeth. —¿Ya estás de vuelta?
Cuando enfocó la vista, se dio cuenta de que ella se estaba desnudando. Ya estaba acostumbrado, pero había algo un poco diferente de lo habitual. Y antes de que pudiera decir nada, ella ya se había metido en la cama con él, encajandose con él en el pequeño colchón.
—¿Te molesta?
—Pero... pensaba que... —Emil se sintió incapaz de responder.
—Tan solo esto está bien.
Él sonrió. Por supuesto, ella podría estar simplemente manipulándolo. Pero en el fondo, él sabía que ella era todavía joven y aún estaba buscando su lugar en el mundo. Se abrió el pijama y apretó su cuerpo contra ella, solo para mantenerla con calor. Por un breve instante, dudó en ir más allá. Pero pronto sus dedos se encontraron acariciando el largo cabello negro.
—Mmm.
—¿Está bien así? —-Preguntó. —Puedo parar y...
—Sigue.
Para continuar, le acarició el
lado de la cara, dirigiendo lentamente los dedos hacia la barbilla,
mientras ella lo miraba. Sorprendentemente, ella le besó la frente y
le devolvió el abrazo. Y durante el resto de la mañana... sintió
que había alguna esperanza en vivir en el agujero que era la
División.
***
Oh, el desayuno. La comida más sagrada, y objeto de burlas. La cafetería estaba alborotada con la noticia de la muerte de Lázár. Solo habían pasado dos días y las cosas habían cambiado a una dinámica muy extraña. Los miembros habían empezado a mirar con malos ojos a la autoridad. Banan había puesto como podía algo de orden, y solo la confianza que muchos tenían en ella mantenía unidas las débiles cintas adhesivas que sostenían a todo el equipo. Karabanov había sido degradado para evitar problemas y enviado a una habitación abandonada, en uno de los pasillos aislados del subsuelo, hasta que se demostrara que su historia era cierta. La única defensa que tenía era que en realidad era miembro de otra División, lo que le salvaba de ser expulsado por completo.
Eso no impidió que la gente siguiera hablando de él como si fuera el asesino. Surgieron rumores sobre cómo había asesinado y devorado a sus antiguos compañeros, y su repentino silencio hacia todos no le ayudó a mantener una mejor reputación. Banan tuvo que pedir a todos que evitaran cualquier otro asesinato antes de que todo se aclarara.
Pero ese no fue el único gran cambio en tan poco tiempo, sino la nueva figura en el lugar.
—Chicos, chicas, degenerados y degeneradas. —Anunció Banan con su megáfono. Lo cual no fue bien recibido debido al eco y al dolor que causaba en los oídos de todos en la pequeña cafetería, donde la gente intentaba comer las repugnantes comidas. —Tenemos de nuevo un nuevo entrenador físico y técnico. Esta vez, lo tenemos todo por escrito, no os apelotonéis. —Hizo un gesto y una figura pequeña y menuda cruzó la puerta con pasos firmes. —Saludad a la señorita Gyeong-Hui, anteriormente del equipo de la novena División, brigada de ofensiva con armas pesadas.
—Es un placer.
Chiquita. Con ojos rasgados y piel pálida, pero con unos labios rosados y brillantes. Pelo corto y oscuro con un corte muy preciso y uniforme verde.
—Seamos amiguis por el bien común. ¿Qué os parece?