Episodio 5
Doblando las reglas contra un bloque de cemento



    —Hmmm.

    Chamán se sentía muchísimo mejor. Mejor de lo que se había sentido en toda la noche. ¿Era el efecto de los narcóticos que estaban embutiendo en su cuerpo? No, era algo completamente diferente.

    —Joder, qué bien se siente. —George finalmente se relajó después del dolor de la noche anterior. —¿Me han metido una sobredosis de morfina o qué? —Sonrió, abrió los ojos y miró el techo que ahora ya le resultaba familiar. Solo para girarse y ver su polla dura como un roble y a Fanny sentada recostada en una silla frente a él, cruzando las piernas y masticando un mondadientes. —Vale, ahora me da miedo tener que preguntar...

    —He estado aquí todo el tiempo, cenutrio. —Fanny se rió entre dientes. —Y respondiendo a tu siguiente pregunta, sí, no tengo mucho que hacer.

    —Mierda. —El soldado se llevó las manos a su pistola. Miró a la pared mientras intentaba sacudirse la vergüenza de encima. —Ese reloj sigue sin arreglarse.

    Sintió unas manos deslizándose por su pierna. La pelirroja estaba subiéndose encima de él otra vez.

    —¿Es esto un hobby tuyo o qué?

    —Oye, hace un frío que pela... —Ella se sentó sobre su ingle, colocando su trasero junto a su pene erecto. —La peña solo quiere estar más cerca de otros seres humanos cuando eso ocurre.

    George sintió que su pálido rostro adquiría el color de los tomates fritos. Completamente caliente y casi a punto de sudar por el nerviosismo. Levantó una de sus manos para pedirle que se detuviera.

    —Es un poco pronto para esto, ¿no crees?

    —¿Qué? Ya te he invitado a cenar anteriormente. —Fanny sonrió, moviendo lentamente las caderas— ¿Quieres que traiga un anillo? Porque ni de coña eh, chato. Y menos en este estercolero.

    Él señaló el reloj. Eran las 5 en punto. ¿O eran las 6?

    —El momento perfecto para un rapidito. Y podemos tomar un poco de whisky con crema después de que me beba la tuya. —Sus manos se dirigieron hacia la montaña. —Deberías quitarte esa máscara, así podremos compartir otros fluidos, ¿te parece?

    —Pero si justo eso le da cierto encanto. —Él agarró frenéticamente su máscara con ambas manos y bajó la guardia. —Oh... no, no, espera. —El roce que provenía de su entrepierna era demasiado para soportarlo. Su miembro comenzó a crecer de nuevo tras el breve descanso. Ella lo notó con total claridad y dejó escapar un gruñido de excitación. Primero se quitó la chaqueta y luego se levantó el jersey, dejando al descubierto sus pechos cubiertos por el sujetador. —¡De verdad, espera! —Él saltó con las manos para bajarle el jersey, y ese fue su error.

    Los dedos de ella ya estaban tocando la tela negra y estaban a punto de empezar a quitársela...

    —Siento interrumpir, pero tenemos una emergencia.

    Poco les faltó para atragantarse del susto. Cuando recuperaron la conciencia, pudieron darse cuenta de que la gerente estaba allí de pie. Banan parecía imperturbable, y George no pudo evitar sentirse culpable. Pero realmente no tenía tiempo para explicarse.

    —Fanny... vete un rato por ahí.

    —¿Celosa?

    —Lázár está muerto.

    Fanny se quedó paralizada en el acto. George miró a ambas y entonces se dio cuenta. ¿Había dicho ella que el líder había muerto?

    —¿Cómo...? —Fanny parecía muy descolocada y se apresuró a arreglarse la ropa mientras bajaba de la cama. —Sabía que era mayor, pero...

    —La verdad es que no sabemos del todo que ha ocurrido. Banan dirigió su mirada hacia George. —Tú también si puedes, espabila. Esto requiere que todos estemos reunidos.

    —Eh, claro. —Agradeció al cielo que su erección hubiera desaparecido rápidamente debido a la impactante noticia. —¿Hay algún sospechoso o simplemente...?

    Mientras se levantaba y cogía un bastón que tenía cerca, Banan les entregó un papel a cada uno. Un cuestionario. La cara de Fanny se calmó y lo miró como si fuera algo habitual. George, en cambio, no lo entendía muy bien. ¿Estaban tratando de obtener su testimonio por escrito? Pero no, solo era una especie de encuesta.

    —Envié a los élites para que vigilaran la escena del crimen y vieran si podían encontrar alguna pista.

***

    Elizabeth rebuscó entre las pertenencias del ahora decrepito y fenecido Francisco Lázár, pero si alguna vez hubo algo de valor, eso fue hace décadas. Todo eran garabatos y libros con títulos como «100 consejos para ser popular» y «Cómo lidiar con la eyaculación precoz en tu vida amorosa». Sus labios se torcieron y se arrugaron al verlos. Aparte de manuales baratos, el viejo tenía una colección de literatura antigua, curiosamente, incluso poesía de republicanos españoles muy liberales.

    —El tipo este se creía una especie de Alfonso Quijano, guiado por cualquier causa que consideraba real. —Comentó Bakarne, y miró el cadáver. —Ah, no puedo creer que no fuera yo quien le volara el culo cuesta arriba. Así es la vida, supongo.

    —No hagas esas bromas si no quieres convertirte en sospechosa. —Eli revisó el armario, pero solo había uniformes viejos, polvorientos y húmedos. No había nada interesante en los bolsillos, ni dinero ni notas. —O hazlo, en realidad me la pela.

    —Mh. Oye, tráeme un par de pilas.

    —¿Eh?

    Elizabeth giró la cabeza y miró a Bakarne, que estaba retirando lentamente el walkman del charco de sangre que ya se estaba secando en la alfombra. El ruido que hacía al rasgar parte de la tela pegada a él resonó de forma repulsiva.

    —Hum. ¿Un mensaje póstumo? ¿Crees que podría haber grabado sus últimos momentos? —Cerró el armario y se acercó. —Con un poco de suerte, quizá aún funcione.

    BLAM.

    La puerta estaba cerrada, pero parecía como si algo la hubiera golpeado violentamente.

    —¿Ese idiota está haciendo de kickboxer ahí fuera? —Bakarne miró hacia la puerta antes de levantar la voz. —¡Emil! ¡Asegúrate de que nadie entre antes de que hayamos terminado, copón!

    —¡Como si fuera tan fácil! —Al otro lado, Emil estaba acorralado contra la puerta, mirando a todos los ojos llenos de desconfianza y cansancio. El creciente clamor de ira comenzaba a oírse incluso en el interior de la oficina, mientras él intentaba mantener su posición. Sabía que no ganaría nada fingiendo hacerse más grande, pero a pesar de todo, lo intentó con todas sus fuerzas. —¡Es una orden directa de la gerente! ¡Así que menos bulla!

    —Cállate, media mierda. —Dijo una de las chicas. —Dinos quién coño lo ha hecho.

    —No puedo decir nada hasta que hayamos verificado la información, que si no os da un avenate. —Espetó, con su habitual cara alegre ahora cansada. —Así que quietitos.

    —¡Más que esperar, deberíais hacer vuestro trabajo más rápido! ¡Tanta élite, pero esas zorras podrían haberlo protegido!

    —No te importaba el arrugado antes, ¿por qué te molesta tanto ahora? Todo el mundo estaba hasta los cojones. —Otro miembro se unió a la pelea verbal. —¡Todos estáis contentos de que haya muerto y el que miente es un pellejo morado!

    —¡Seguía siendo nuestro líder! —Gritó la chica toda colorada y se abalanzó sobre él. —¡Ten un poco de decencia y sentido de la unidad, tontopollas!

    Antes de que Emil pudiera hacer algo para detener el alboroto, este ya había comenzado. Los puñetazos y las patadas volaban y no había vistas de que se calmara pronto. Algunos de los fanáticos de Lázár se volvieron más violentos, mientras que otros defendían lo hipócrita que resultaba. Y es que nadie estaba realmente contento con su administración. Aun así, los lazaristas dejaban claro que no admitirían ningún asesinato en el lugar y que ningún miembro debía hacer daño a los demás, justo después de haber luchado violentamente entre ellos. Emil solo podía observar cómo todo evolucionaba rápidamente ante sus ojos, con todos jadeando pesadamente y mirándose unos a otros al mismo tiempo.

    Dios mío. Por favor, chicas, daos prisa.

    Elizabeth puso las pilas nuevas mientras Bakarne le enchufaba los auriculares. Una pequeña mueca de disgusto al sentir la sangre seca en ellos cruzó su rostro.

    —Bien, avísame si oyes algo en español y tradúcemelo, ¿de acuerdo? —Con un clic, el walkman estaba listo para funcionar, y Bakarne pulsó el botón de reproducción.

Arde la calle al sol de poniente,
hay tribus ocultas cerca del río
esperando que caiga la noche.
Hace falta valor, hace falta valor,
ven a la escuela de calor.

    —¿Qué es esto? —Preguntó la chica nazi, inclinándose para escuchar mejor.

    —Radio Futura. —Bromeó Bakarne. Escucharon la canción. —¿Deberíamos asegurarnos de escuchar ambas caras por si hay algo grabado en alguna parte?

    Y así lo hicieron: escucharon todo el álbum durante aproximadamente una hora, cerciorandose de que no hubiera nada grabado por accidente.

    —La verdad es que ha estado bien. Debería escuchar más música española uno de estos días. —Elizabeth se quitó su auricular y se lo dio a Bakarne. —Pero no había nada más.

    —Hum, supongo que no, hablando de algo útil. Lo único es la Wildey Magnum 475 que hay tirada en el suelo. El calibre parece coincidir con el tamaño del agujero en su cabeza. Y el de la bala clavada en las persianas. —Señaló el otro lado de la habitación, donde una bala se había quedado clavada en el grueso plástico que cerraba el lugar.

    —Un misterio en una habitación cerrada, ¡qué chachi pistachi!

    —No, lo dudo mucho. Ese viejo solía dejar la puerta abierta todo el tiempo, así que cualquiera podía entrar, abrirle la tapa de los sesos y marcharse. —La chica vasca hizo un gesto con la mano, en una sencilla reconstrucción de la escena. —Solo hay que apuntar desde la entrada, dejar el arma y correr rápido mientras todos están todavía amodorrados, para luego ir y fingir formar parte del grupo recién despertado.

    —Seguro que tú misma has pensado en esto, ¿no? —Se rió Elizabeth.

    —Creía que habíamos quedado en que odiaba a ese cabrón tanto como todos los demás. —Resopló Bakarne. —Total, que esa es mi teoría.

    —Hum. ¿Y por qué el asesino dejaría el arma en la escena? ¿No es ese el punto más importante para resolver un crimen? —Elizabeth comenzó a caminar alrededor del cadáver, tratando de obtener más pistas. —A mí me parece totalmente amateur.

    —No si el culpable sabe cómo funciona este lugar.

    La princesa gótica nazi se devanó los sesos. La terrorista con colmillos señaló sus propias manos enguantadas.

    —Tenemos la norma de no matarnos entre nosotros, por lo que nunca hemos necesitado un kit de investigación para empezar. Aunque todos estamos registrados con nuestros datos, nunca nos piden nuestras huellas dactilares ni nada similar, porque ya nos consideran de usar y tirar. La persona que está detrás de esto obviamente no es un novato ni un recién llegado.

    —Ooooh. —Eli hizo hincapié golpeando con un puño la palma de la otra mano. —Sí, solo cuentan estas cosas a la gente importante, como nosotras o la gerente.

    —Eso es. Se trata de alguien de rango superior o de un miembro especial que tiene accesso a dicha información. O eso, o...

    Suspense. Bakarne acababa de levantar un dedo y cerrar los ojos, como si estuviera canalizando alguna habilidad especial de deducción. Elizabeth estaba demasiado concentrada, se quedó quieta, conteniendo la respiración...

    —... El criminal es simplemente muy estúpido.

    —¡Kgh!

    Ambas sonrieron, ya que no era algo improbable. La División no se preocupaba mucho por las capacidades mentales de sus reclutas, sino por la fuerza y violencia.

    —Entonces, ¿qué hacemos ahora? ¿Informamos de esto al gerente?

    —Sí, deberíamos. Y a ver si Emil sigue sano y salvo ahí fuera.

    Si hubieran esperado un segundo más, sin duda habría perecido. Su cuerpo frágil y pegado al marco de la puerta, recibió una buena patada de la gigantesca bota de Elizabeth desde detrás. Ni siquiera se resistió, ya que sus fuerzas se habían agotado por completo. Primero lo miraron en el suelo, luego todos los miembros que estaban en el pasillo, rodeando la puerta. Por supuesto, iba a ser casi imposible sacárselos de encima. Y tampoco había ninguna mentira que bastase para calmarlos.

    —Queridos miembros de la División 17... Lázár ha muerto. —Anunció Elizabeth, fingiendo tristeza. —Tenemos que hablar con la manager.

    El grupo enfurecido se abalanzó sobre ellas y, antes de que pudieran alcanzar sus propias armas, un fuerte chirrido de metal atravesó el pasillo, haciéndoles retroceder de un salto. El Mosin-Nagant se clavó con fuerza en el suelo, rompiendo las extrañas y nostálgicas baldosas de color crema, separando a los miembros de élite de los que empuñaban cuchillos y otras armas, exigiendo respuestas.

    Y antes de que nadie pudiera reaccionar, la monstruosa figura de Rurik emergió del lado izquierdo del pasillo. Algunos de los miembros se apartaron para dejarle pasar, pero otros lo miraron con aún más ira.

    —¿Qué es todo este alboroto? —Preguntó con su fuerte acento. —¿No habéis oído hablar de la palabra disciplina, conjunto de animales salvajes? —Las miradas se cruzaron por toda la sala y nadie se atrevió a gritar todavía, pero la intención estaba ahí. Con arrogancia, Rurik cogió su arma del suelo sin esfuerzo y miró a los miembros de élite. —¿Serían las señoritas tan amables de explicarme lo que pasa?

    —El viejo mierdas ha muerto. —Comentó Elizabeth, encogiéndose de hombros y sintiendo cómo Bakarne apartaba la mirada todo lo que podía. —Y hay indicios de que fue asesinado, así que estamos tratando de averiguar quién lo hizo.

    —Hum... —Rurik no parecía muy afectado por el hecho y torció la boca para hacer un gesto de interés con el cigarrillo, que ya estaba encendido. —¿Alguna teoría?

    —Nada que a ti te interese. —Con un fuerte tirón, Elizabeth fue arrastrada hacia la parte trasera de Bakarne, que le ponía cara molesta al ruso. —Y no es asunto tuyo. Somos nosotros los que la gerente ha designado para indagar, así que no metas tu nariz en el asunto, gorila eslavo.

    —En Rusia no hay simios. —Comentó Karabanov. —Y yo soy el nuevo líder a cargo, así que sí que es asunto mío. Es mi deber cuidar de todos vosotros si él la ha diñado.

    —Y convenientemente, que haya espichado justo después de que tú llegaras. Qué pedazo de coincidencia, ¿eh? A mí me parece un engaño muy bien elaborado.

    El hombre gigante suspiró y cerró los ojos, y luego abrió parte de su uniforme para coger algo que había dentro.

    Elizabeth se acercó al oído de su compañera para susurrarle.

    —¿Pero no dijimos que los recién llegados no cuentan...?

    —Cállate ya, maldita chupasalchichas.

    La chica nazi se sorprendió por la especial rudeza de su compañera. Estaba claro que no estaba de buen humor, sino más bien mucho peor de lo habitual. Su mano sostenía algo en el bolsillo. Si era presionada más, se produciría otra desgracia. O al menos eso era lo que se esperaba, especialmente si el extranjero se atrevía a sacar una pistola. Pero en lugar de eso, sacó un papel amarillento.

    —Mi copia de la admisión al liderazgo, firmada y sellada por el propio Lázár. —Les mostró el papel y lo miraron detenidamente. Parecía auténtico, y eso les resultaba muy aterrador.

    —Tremendísima mierda de caballo, no me lo trago. —Gruñó Bakarne. Y sacó su arma, pero Rurik hizo lo mismo. —¿Te apetece comprobar si esta vez tengo munición?

    —Será un placer.

    Elizabeth agarró a su compañera de élite e intentó arrastrarla hacia atrás, frenéticamente, pero la chavala no se movía. Y cuando la situación parecía que no podía ponerse peor...

    —Todos. Podéis retiraros. Id a vuestras habitaciones.

    La segunda al mando, Banan, entró por fin con un megáfono en una mano y un montón de papeles en la otra. Estaba claramente molesta, así que nadie se atrevió a contradecirla. De hecho cuando todos empezaron a regresar a sus dormitorios asignados, Banan aún tenía algo de lo que asegurarse.

    —Excepto vosotros tres. Ahora mismo os venís a mi oficina. —Hizo una señal a Elizabeth, Emil y Bakarne. —Y usted, señorito, también tendrá que venir más tarde. —Rurik volvió a tirar de la colilla con los labios. —Más vale que no sea a última hora.

    A sus espaldas, George y Fanny observaban cómo la escena se aclaraba poco a poco.

    —Y vosotros, bueno, haced lo que os he dicho. —Banan los miró y se colocó las gafas. —Pero, por favor, evitad hacer nada haram mientras tanto.

    Los dos se quedaron a solas en el frío vestíbulo y, una vez que estuvieron completamente solos, entraron en la habitación. El bastón de George era más molesto de lo que él hubiera deseado, pero tenía que aguantar hasta que su pierna estuviera totalmente recuperada.

    —Yo revisaré los armarios. Tú revisa el escritorio.

    Ambos rebuscaron entre las cosas del viejo Lázár, que volvían a ser objeto de juicio por parte de sus reclutas. Pero por mucho que revolvieran el lugar, la maldita cosa no estaba allí.

    —¿Qué estamos buscando exactamente, tontolabas? —Preguntó Fanny mientras rebuscaba entre los libros de superación personal que el difunto líder tenía en los cajones.

    —Una copia del certificado de admisión especial. Banan quiere comprobar si el viejo realmente llegó a contratar a más gente antes de morir. Si lo hizo, tanto él como la persona interesada deberían tener una copia. —George revolvió descuidadamente los uniformes y la ropa del viejo. —Si lo hizo por su cuenta, entonces debería haber guardado las copias. Y esas confirmarán quién fue realmente llamado, asignado y todo ese rollo.

    —Ah, la burocracia... —Fanny lo miró, entrecerrando los ojos y haciendo un gesto de protesta con los labios.

    —Sí. Oye, ven a ayudarme. ¿Puedes mirar en este cajón? No puedo agacharme con este maldito bastón.

    La pelirroja se acercó y le lanzó un beso al aire. Luego se arrodilló para observar el cajón. Estaba lleno de calzoncillos y calcetines. Levantó la vista hacia su rostro. Él asintió con la cabeza. No le quedó otra que ponerse manos a la obra y sacar los contenidos. No tardó mucho en ver un par de sobres enterrados entre los abanderados. Tenían la firma y el sello de Lázár, y una fecha. 26 de abril de 1988.

    —¿Bingo? Venga, abrámoslos.

    Los revisaron minuciosamente. Uno de los sobres estaba completamente vacío. El otro contenía una copia de una admisión especial original. Pero no era el nombre de Rurik Karabanov el que aparecía en él.

    —Vale, mierda. Tenemos que llevárselo a la jefa inmediatamente.

    —Mh-uhm. —Fanny miró los papeles, tratando de leer la terrible letra. —Me pregunto cómo va a poder leer algo escrito por este tipo. He visto doctores con mejor caligrafía. Pero también significa que nuestro tipo quizá dijo la verdad, ¿no?

    —Podría ser. Pero aún así, podría haber conseguido una admisión falsa y robar o destruir una de estas si pertenecía a otra persona. —Reflexionó George. —Piénsalo, puedes borrar una copia y dejar la prueba de que alguien fue asignado como nuevo líder, pero no toda... Lo suficiente para dudar, pero lo suficiente para que te crean.

    —No me convence, es demasiado descuidado como plan. —Pensó Fanny mientras miraba el cadáver de Lázár. —Pero... mira una cosa, ¿tú cuánto dirías que mide el comunista?

    —¿Eh? Como poco menos de dos metros, un poquito más alto que yo... Es decir, más de 1,90 metros. —Respondió George, gesticulando con la mano encima de él. —¿Por qué lo preguntas?

    —Mira al viejo chocho.

    George lo miró. Fanny se llevó las manos a la barbilla, como si estuviera pensando profundamente.

    —Lázár mide... qué digo, medía mucho menos que eso. Quizás solo metro y medio y pico. Ahora mira dónde tiene el balazo.

    —En la cabeza.

    —¡No jodas, Sherlock! —Fanny puso los ojos en blanco. No puedo creer que casi le chupé la polla a este gilipollas, ah. —¡Mira la dirección de la que viene! Es bastante recta. Como si el asesino tuviera la misma altura y solo levantara el arma para apuntar.

    —Ah, sé lo que quieres decir. Pero, ¿crees que importa? Vamos, el grandullón podría haber ajustado su altura o su mano o lo que fuera y disparar también desde un ángulo recto. O cualquier persona que no tenga artritis, digo yo. —George escupió en el suelo.

    —Solo una pregunta más. —La chica irlandesa se rascó el gorro y entrecerró los ojos, haciendo un gesto como si llevara un cigarro en la mano. —¿Crees que la quemadura de la bala coincide con un alcance estándar?

    George se fijó más en la marca de la bala. La quemadura significaba, por supuesto, un disparo mucho más cercano. Básicamente, contra la piel. De lo contrario, un disparo desde lejos solo habría causado un agujero sangriento totalmente recto.

    —Entonces, quienquiera que haya hecho esto, lo hizo básicamente desde su lado. Literalmente, se le echaron encima y dispararon.

    —Exactamente. —Fanny abrió los brazos de forma dramática— Y ese tipo gigante no solo nunca se cambia de ropa, teniendo en cuenta que todavía tenía marcas de suciedad de sus turnos de noche y de sólo Dios sabe que año. Pero de sangre, ni la primera. Ni siquiera una pequeña mancha. Y no llevaba cosas extra consigo, así que no podía usar muda de repuesto.

    —Entonces, ¿crees que es inocente? —Murmuró George. —Creo que deberíamos decírselo a...

    Una mano enguantada en negro lo detuvo. La sonrisa pícara de Fanny apareció y él sintió cómo sus ojos verdes prácticamente sonreían.

    —Digamos que es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Pero mantengamos eso en secreto, ¿de acuerdo?

    —¿Por qué? —Comentó George.

    —Porque sería extremadamente divertido, ¿no crees, chico?

    Apretó los dientes un momento. Le daba vueltas la cabeza.

    —Bueno... al menos llevemos estos papeles a Banan.

    —Ay... ¿no querrías hacer algo haram conmigo antes, guapete?

    —Déjame en paz, por favor...

    Divertido, sentado en el escritorio del jefe muerto, Pujay los vio salir y cerrar la puerta tras ellos.

    Ahh... sigues siendo un tonto, Chamán... Suspiró.





BACK TO NOVEL
HOME