Episodio 4
Fragancia letal




    Aquella misma noche, nadie podía descansar. Karabanov rondaba los pasillos de la base, atento a cualquier sonido, agudizando sus sentidos para detectar cualquier actividad lasciva. Bakarne, que ocupaba su cuarto junto a Eli, Emil y otro recluta, no tuvo tanto problema, ya que no se relacionaba con el resto, pero sus compañeros estaban claramente frustrados. Apenas de madrugada, un miembro de otra habitación había recibido una patada por atreverse a hacerse una paja. Tras eso y acabando los ruidos, Bakarne logró dormir con rapidez debido al agotamiento del día. Al menos no se pasaría otra noche preparando más petardos por orden de Lázár, y con suerte podría hacer entrar en razón al nuevo jefe para cambiar su método de producción.

    Sus sueños no fueron tan agradables. Por algún motivo, recordó sus tiempos jugando en el pantano cuando era niña. Pero lo que en inicio parecía un sueño sobre su infancia, se tornó en una pesadilla. Inocentemente, era llamada para ver a unos animales. La arena húmeda se sentía claramente en sus pies. Como si estuviese allí realmente. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, pudo distinguir a un gran lagarto.

    —Qué bonito. Quiero tocarlo. Musker, etorri, muskerra!  —Pero el corazón se le paró cuando al llamar la atención del lagarto. Lo que la recibió fue una cara grotesca de ojos de pez muerto y con grandes labios que daban paso a unos dientes afilados que empezaban a perseguirla. —¡Ack!

    Ella se levantó de golpe cuando el terrible bicho la alcanzó para morderle el pie, acabando el horrible sueño. Lo que sí fue real, fue el golpe contra la litera de arriba. Aunque el metal sonó con el choque, Elizabeth seguía durmiendo en la cama de arriba. La muleta que le habían prestado para poder andar era de color negro, adornado con diamantes y una bandera roja tallada. Con un más que conocido y no tan apreciado símbolo actualmente. Cuando la muchacha se volvió a tumbar sobre la almohada, escuchó una flatulencia, cortesía de Emil.  —Joder… ¿Qué hora es…?

    Asomó la cabeza hacia el centro de la habitación, donde había un reloj digital. Las cifras 05:56 se veían iluminadas con claridad. A tomar por culo, toca levantarse… Empezó a preparar su ropa limpia para ir a la ducha y para cuando sonó la alarma despertando a sus compañeros, ella ya estaba fuera.

***

    —¿Vamos a ver al tío Besser, papá?
  
    —Sí, chico. Ahora pórtate bien y siéntate.

    George miró por la ventana del coche. Pasaban por el barrio residencial mientras su padre ponía algunas canciones antiguas en la radio. Agarró una figura de G.I. Joe con sus manitas. Siempre le encantaba ir a casa del tío Besser. Su padre y él hablaban durante horas, y él podía jugar a sus anchas en el jardín trasero sin que su madre le molestara por romper las macetas.

    De hecho, el patio trasero del tío Besser era el único que conocía que estuviera completamente descuidado. Estaba lleno de tierra seca y estructuras para trepar y esconderse. Había muchas dianas llenas de agujeros. Cuando llegaba, le dejaban coger un arma de juguete y empezar a jugar mientras los adultos hablaban.

    —¿Ni siquiera me saludas, pequeño granuja? —Preguntó Besser al pasillo vacío mientras oía los chillidos emocionados de George. —Está tan enérgico como siempre. Supongo que Grace lo pasa mal con todos los niños en casa.

    —Se las arregla, de alguna manera. —El padre de George sacudió su chaqueta y la guardó.

    —¿Y tú te las arreglas? —Comentó Besser.

    —Lo intento.

    —Tomemos una cerveza. —Propuso Besser. Entraron en la cocina y el padre se sentó en la silla, cansado y derrotado. —Oye, ¿estás bien?

    El hombre cogió la botella que le ofrecían y miró a los ojos a su viejo amigo. Tenía el pelo revuelto, la ropa desordenada y estaba empapado en sudor.

    —Solo quiero tu palabra.

    George se escondía en uno de los tubos del patio trasero, con su soldado de juguete en uno de los bolsillos y un rifle de aire comprimido en las manos. El calor había convertido el lugar metálico en un caos ardiente, pero él se quedó allí, esperando a alguien.

    —Oye, pequeño...

    ¡Kapow!

    —¡Aaargh! ¿Qué te dije sobre disparar a la cara con esas cosas? —Besser tuvo que retirarse tras el pinchazo de la pequeña bolita en su nariz. —No, es más, ¡todavía no te he dado permiso para usarlas! —Le quitó el rifle de juguete para guardarlo.

    —¡Tú eras el enemigo! ¡Yo solo seguía órdenes! —George dio un paso adelante y lo miró con cara de no haber roto un plato en su vida. —Hace demasiado calor aquí.

    —Sí, sí hace mucho calor... ¿Qué tal una limonada? —Besser ya estaba preparándola, echando un sobre de zumo en polvo en una jarra con agua helada y unas rodajas de limón. —Después puedes ir a seguir jugando. Además, tenemos que hablar.

    —¿Dónde está papá?

    Besser lo miró en silencio. Se limitó a servirle un vaso.
 
  —¿Dónde está papá, tío?
 
  Besser sonrió.
 
  —Tu padre está muerto, George.

***

    George sintió que su estómago casi se retorcía y se despertó violentamente. Miró con locura al techo antes de empezar finalmente a examinar su entorno. Seguía en la enfermería.    Todavía vendado y con la pierna torcida sobre unas tablas de madera para mantener el hueso recto. Le dolía como si el mismísimo diablo le estuviera mordiendo la espinilla.

    —Oh, joder.

    Su cabeza cayó pesadamente sobre la asquerosa almohada amarilla y volvió a cerrar los ojos. Si había un momento en el que no quería recordar su infancia, era mientras se encontraba en ese estado. Abandonado a su suerte, a solas para pelear con su mente. El tictac del reloj lo distrajo. Miró en dirección al ruido y vio que el reloj se acercaba a las 5 en punto. Miró una vez. Dos veces. Miró su propio reloj de pulsera, que había dejado en la mesita junto a la cama. Luego, por tercera vez, dirigió la mirada al reloj de la pared.

    —Ese reloj se retrasa una hora. —Murmuró, molesto.

    —Pero incluso un reloj roto da la hora correcta dos veces al día.

    George, El Chamán, sintió que el corazón se le salía del pecho por un momento. Miró a su alrededor frenéticamente y vio a la chica pelirroja con gorro, sentada en una silla no muy lejos de él.

    —¿Desde cuándo has estado aquí? —Le preguntó mirándola.

    —Desde que no parabas de farfullar en sueños. —Ella sonrió y apoyó la mejilla en el puño.    Sus ojos brillaban con el reflejo de los pocos rayos de luz que entraban por la pequeña rejilla de ventilación de la pared. Su pelo rojo y rizado caía sobre su rostro. Sus pecas resaltaban sobre su pálida piel. De alguna manera, George sintió un cosquilleo en el cuerpo al contemplar la imagen que tenía delante.

    Después de todo, era medio irlandés, así que... ¿Era esa la llamada de las tierras más verdes lo que le empujaba a encontrar dónde colocar su propia Caladbolg? ¿A introducir su dura espada en la hierba y no retirarse hasta dar su semilla? Se sintió culpable por un momento. Pero antes de que pudiera refrenar su imaginación desbocada, deseando ver cómo estaba cubierto de pecas el resto de su cuerpo...

    —Te estoy hablando. —Fanny ya estaba encima de él, y lo miraba desde arriba. —¡No me estabas escuchando! —Sin embargo, su rostro no parecía realmente molesto.

    —Estoy demasiado cansado para esta mierda. —George hizo una mueca. —Piérdete.

    —No te hagas el duro conmigo. —Una de sus manos enguantadas se movió hacia arriba y se apartó algunos mechones de pelo detrás de la oreja. —Para alguien que intenta mantener la apariencia de narco mexicano molón, se te da como el culo. He visto obras de teatro de guardería con más pasión y precisión que tú, que ni siquiera hablas español correctamente.

    —Ni siquiera te he hablado en español.

    —¿Y podrías ahora? —Su sonrisa se curvó con malicia.

    —... —Se quedó pensativo por un segundo. —Puta.

    Oh, ya la había hecho buena. Ella arqueó el cuerpo hacia atrás y se echó a reír. A carcajadas. Tan fuerte que resonó entre las frías baldosas de la enfermería, haciéndole daño en los oídos. Ella tuvo que contenerse, tapándose torpemente la boca con las manos, pero sin poder evitar que su cuerpo siguiera temblando. Las carcajadas empezaron a apagarse y se convirtieron poco a poco en risitas mientras su rostro se acercaba de nuevo al de él.Una de sus manos se movió violentamente y tuvo que sujetarse el estómago, claramente dolorida, mientras su respiración se acortaba.

    —Oh, por todos los dioses... ¡Eres el cacho imbécil más estúpido que nos han podido enviar!

    George la miró.

    —Acabo de... llamarte puta. ¿Por qué te ríes?

    —Eres tan idiota... ¿Eso es lo único que se te ocurre como insulto? ¿En serio? ¿No os enseñan a decir cosas peores en el ejército, lameculos? Si hubieras estado en Belfast hace años, te habrían crecido huevos. No como esos videojuegos de ordenador con los que os entrenan.

    —Ehhr...
 
   —Te diré más, maldito idiota, si es que prestas atención a los buenos consejos cuando te los ponen en el morro. Aquí no estamos jugando. Tus primos de la CIA se dedican a arrancar la mala hierba de todos los jardines y abandonarla a su suerte, para luego ignorarla a menos que la mierda salpique vuestro propio tejado. —Se humedeció los labios. —¿Dónde habéis estado vosotros durante todas estas guerras? Lamiéndoos la polla mientras que nosotros hicimos todo el trabajo. Vosotros, los yanquis, presumís mucho más de lo que realmente hacéis.

    George no sabía qué quería decir ella, salvo despotricar. Por una vez, al menos, era refrescante que alguien mostrara su ira de una manera más familiar, en lugar de la extraña aceptación del resto de los miembros hacia sus enemigos innatos.

    —¡Escúchame, cabrón! —Fanny le agarró la barbilla y le obligó a mirarla directamente a los ojos, ahora a apenas unos centímetros de distancia. Su aliento lo abrumaba.— Si te quedan pelotas después de tu entrenamiento infantil, quizá deberías echarle valor y luchar con nosotros en lugar de venir a hacer de perro guardián de tus jefes. Eso es lo que marca la diferencia, a menos que quieras morir como un espectador y una nota al pie de página que no merece la pena mencionar en los libros de texto.

    —¿Eso es todo? ¿Lucháis por la gloria?

    —Luchamos para marcar la diferencia, a diferencia de los idiotas diplomáticos que dejan que el mundo se queme.

    —No sois más que animales que aman la violencia.

    Fanny lo miró, pero lo que se suponía que iba a ser una forma libre de devolverle el golpe no salió como él quería.

    —Sí. La mayoría de nosotros lo somos, es cierto. —Se encogió de hombros y gesticuló con los hombros y las manos en una pose dramática, abriendo los brazos de par en par. —No es mentira. También tenemos que disfrutar de la vida, si necesitamos un motivo para protegerla.

    —Esa es una razón poco convincente para justificar el terrorismo. —George señaló, posteriormente enderezó la espalda y finalmente se sentó. —Si queréis una guerra noble...

    —No hay nada noble en ninguna guerra. —Lo interrumpió ella. —Vosotros lo sabéis mejor que nadie.

    Sentía la garganta seca y pastosa. Si no supiera lo que hacía su propia agencia, probablemente habría llegado a brutalizarla con las amenazas más desagradables existentes. Pero no podía. Y por mucho que fingiera, no era inmune a la propaganda y sabía lo suficiente como para odiarla... Sin embargo, quería contraatacar. Pero no había forma de que pudiera hacerlo. Su rígido entrenamiento no le permitía sumergirse en la inseguridad. Solo se quedó allí sentado.

    Fanny se sentó en el borde de la cama.

    —Chico, cree en lo que quieras. No soy yo quien tiene que decirte lo que debes hacer. Pero no seas tan arrogante como para imponer aquí tu moral. Esto no es una guerra ni una batalla honorable. Estamos aquí por un único motivo. —Miró el reloj roto y luego el suyo. —Mierda, alguien debería arreglar esos chismes.

    —Entonces...¿para qué estáis aquí? —Sintió las frías manos de Pujay tocándole la cara. Se asustó e intentó quitárselas de encima, mientras estas intentaban desesperadamente taparle los oídos. Fanny lo miró con la expresión de alguien que presencia un ataque de esquizofrenia, con incomodidad, pero con el rostro ahora desprovisto de toda emoción. George sonrió y le hizo un gesto para que respondiera. Ella abrió suavemente la boca, mientras él observaba su silueta iluminada por los primeros rayos de sol que entraban por la ventana, solo sus ojos color esmeralda brillaban en contraste con la oscuridad.

    —Suicidio.

***

    No era la única que estaba ya despierta. Más miembros estaban ya de camino a las duchas comunales. Saludo con desgana a aquellos con los que había tratado, y entró en la ducha de las chicas.
   
    El lugar parecía más propio de una cárcel para masoquistas, con muchos de los azulejos arrancados y obligándose a tener cuidado al pisar para no terminar con las plantas heridas. Los resbalones y las muertes en las duchas no eran muy comunes, pero más de una baja relacionada con esos accidentes ya era suficiente para estar alerta.
   
    Bakarne guardó su ropa sucia en una de las taquillas y llevó su jabón guardado en una bolsa de plástico atada a la muñeca. No porque se le pudiera caer y alguna de las reclutas aprovechase para asaltar con un arnés improvisado. Sino porque simplemente algunas eran demasiado tacañas como para usar sus propios jabones, por lo que los robos eran habituales.

    Agua caliente. Como si se estuvieran cociendo para ser un caldo de carne, las chicas que ya estaban allí estaban disfrutando de uno de los pocos privilegios que tenían en el lugar. Bakarne aprovechó a frotarse a gusto mientras su mente divagaba al extraño sueño que había tenido. No le apetecía dedicar ni un segundo de su mente al nuevo jefe más de lo que fuese necesario. Mientras se le iba la cabeza a ningún sitio, un chillido agudo estuvo a punto de dejarlas sordas.

    —¡Joder! —Las chicas se acercaron al centro de las duchas para mirar por las ventanas. Como era fácil de adivinar, las puertas de ambas duchas eran inexistentes, así que se podía ver de frente lo que había en la estancia contraria. Uno de los reclutas más jóvenes había salido fuera de las duchas. Hubo algunas burlas al inicio, pero empezaron a ver que todos los hombres que estaban duchándose las cerraban de golpe. No tardó mucho en darse la razón. Las mismas duchas femeninas empezaron a soltar agua fría como si se tratase de una catarata. Todas se alejaron de aquel agua congelada y apenas una o dos se atrevía a volver a recoger su jabón o cepillo.

    —¿Se han roto todas a la vez? —Elizabeth acababa de llegar, y ya estaba desnuda, pero no entró bajo el agua. Simplemente se limitó a mirar al recluta que había salido chillando. —Hey, was für eine süße Knackwurst!

    —Que alguien llame a Lázár. Yo no me ducho con el agua así. —Gritó uno de los hombres. —He pasado de tener un fuet a criollo arrugado.

    —Vaya, vaya, que poca memoria tienen algunos. —Un sonido metálico llamó la atención de los miembros. —¿Acaso no hemos acordado que vuestras quejas van ahora hacia mí?

    Todos observaron a Karabanov, ya vestido nuevamente con el mismo uniforme de ayer, canturreando alegremente. El ruido venía de sus manos. Dos pomos de metal, las llaves de fontanería de las duchas. El color rojo del tope indicaba que había arrancado ambas llaves del agua caliente, seguramente del cuarto de mantenimiento principal.

    —Tenéis una hora para estar todos duchados y venir al gimnasio. Allí os evaluaré por orden alfabético.

    —No vamos a ducharnos con el agua helada. Casi me da un puto infarto. —El miembro que había salido disparado se acercó con su protesta. Una pistola apuntó en menos de un segundo a su frente y este no continuó. Karabanov sonrió y guardó su Tokarev en el bolsillo. Un gesto muy claro de que aquella pistola era la nueva caja de las sugerencias.

    —¿Alguna queja más, molochnyye terroristy? No tengo todo el día para escuchar a niños malcriados.

    —En tu tierra los osos se bañarán en el agua fría, pero aquí somos personas, capullo. —Bakarne salió al frente, molesta, cubierta con una toalla por los hombros. Rurik se giró hacia ella. Después de haber dejado clara su política de sugerencias, nadie debería osarse a desafiarlo, pero parecía que aquella canija estaba dispuesta a no cerrar el pico. Esta vez, divirtiéndose, supo que tenía que tomar una vía más sutil que las amenazas.

    —En mi tierra, los osos no tenían tanto pelaje como ese arbusto. —Las palabras fueron lo suficientemente afiladas como para que Bakarne se pusiera roja, más porque hubo algunas chicas que se rieron a pesar de la tensión del momento. La humillación en público era peor que una corrección más violenta. Ella se tapó con la toalla, dedicándole una mirada iracunda.  —El reloj sigue sonando. A las siete, en el gimnasio.

    Y la figura se giró de vuelta para abandonar al grupo, que no supieron qué más hacer e intentaron ducharse con el agua fría.

***

    —Cabrón. Pedazo de mierda pretencioso. Saco de mierda vomitada traído del infierno y de vuelta. —Bakarne estaba en su taller, dando patadas a la pared. El sonido de las botas resonaba en la lúgubre y fría habitación llena de aparatos de trabajo, peligrosos ingredientes químicos y cajas llenas de explosivos terminados, junto con todas las armas para los miembros. —¿Qué coño le pasa a ese tipo?

    —El momento en que empezó a meterse con tu vello púbico fue muy divertido. No pensé que fuera a tirar de el y todo. —Eli estaba sentada en una silla, jugando con una pistola en sus manos. —¿Te importa si me quedo con esto?

    —Todo tuyo. —Bakarne ya se estaba cansando de descargar su ira físicamente. Estaba completamente roja de ira. Todo su cuerpo echaba humo por el calor que sentía. Hasta ahora, simplemente había hecho lo que quería y se había mantenido alejada de las autoridades, pero entre la escenita de la ducha y cómo el enfermizo soviético se había dedicado a tirarle del vello púbico durante el examen médico... estaba consiguiendo ponerse de peor humor del que ya tenía por trabajar para Lázár. —Una de estas noches pienso poner un petardo debajo de su cama. Si es que duerme, porque nadie sabe cómo demonios ha estado vigilando toda la noche.

    —Al menos no te ha dado la patada, como a otros. Además, me sorprende que Emil haya sido perdonado, siendo ese mocoso apenas más que una molestia. —Eli se llevó un dedo a los labios mientras examinaba la pistola. —La verdad es que está bien equipado.

—¿Qué? ¿Quién? ¿El bebedor de vodka o Emil? —Bakarne se dio la vuelta.

    —Emil. La verdad... es un poco mierda, pero tía, tiene un chorizo de cojones.

    —Joder. ¿Te has tirado a Emil? ¿Tú? Pero si tú lo odias. —Bakarne puso cara de asco— Y yo que pensaba que tenías más autoestima.

    Elizabeth guardó la pistola en su chaqueta, riéndose. Parecía divertida por la confusión de su compañera. —No estaría mal que empezaras a interesarte un poco por la gente. Además, tampoco es que haya mucho que hacer en este antro. Al menos podemos pasar el rato fornicando. —Se levantó para ir a la puerta. —Algún día necesitarás una buena verga entre las piernas.

    —Vete a la mierda. No tengo tiempo para eso. —Bakarne se sentó en su mesa de trabajo mientras Eli salía riendo estrepitosamente. Como si eso no fuera suficiente con lo que había soportado toda la mañana. Todavía tenía que esperar el veredicto del nuevo líder para saber qué hacer con su producción.

    Durante unos instantes, pudo escapar mentalmente y descansar la vista mientras se sentaba con la cabeza sobre la mesa, con cables y herramientas peligrosas cerca de la cara. Hasta tal punto que el cansancio comenzó a vencerla. Poco a poco, sus pestañas cubrieron sus ojos y finalmente, su mente cayó en los brazos de Morfeo. Una siesta no estaría mal...

    BAM.

Bakarne sintió que le dolían los oídos y su cuerpo reaccionó instintivamente, incorporándose. Cuando sus ojos volvieron a enfocar, lo que vio distaba mucho de lo que le hubiera gustado. La imponente figura eslava observaba la habitación mientras se llevaba un cigarrillo a la boca.

    —Está prohibido fumar en esta habitación. —Fue lo primero que la pequeña mujer pudo comentar, sin intención alguna de ocultar su mal humor.

    —Primero, los animales deberían lavarse la boca antes de responder. —Karabanov comenzó a pasar la mano por las estanterías y a revisar los explosivos terminados. Bakarne se llevó la mano a la boca, que salivaba por haber alcanzado un punto de sueño lo suficientemente agradable, a pesar de su brevedad. —Sé que te mueres por hincarle el diente a mi kolbasa, pero, joder, ten un poco de clase, por favor.

    —Prefiero estar muerta antes que meterme esa cosa asquerosa en la boca. Y, de nuevo, ¡NO SE FUMA EN EL TALLER! Jodido kakazakua... —Bakarne se levantó de la silla. —Supongo que has venido a preguntar cómo va la cadena de suministro.

    —No estoy aquí para preguntar nada. Sé que es una mierda. Ya me colé en esta basura de habitación por la noche para comprobarlo todo. —Rurik le dedicó una sonrisa maliciosa, sabiendo muy bien el efecto que sus palabras tendrían en ella. Bakarne no podía creer que alguien hubiera entrado en su lugar de trabajo sin su permiso. Más roja que un semáforo, empezó a componer mentalmente una lista de insultos. Apretó los dientes con furia. En cualquier momento, acabaría lanzándose al cuello de ese individuo retorciéndole un cuchillo por la garganta.

    —Muy bien. Entonces... —Bakarne respiró hondo. Tenía que resolver este asunto lo antes posible. —Entenderás que hemos estado anteponiendo la cantidad a la calidad.

    —Sí. A partir de ahora, nada de cien dinamitas por noche que no sirven para nada. —La joven suspiró aliviada. —Quiero doscientas y el doble de potencia.

    Bakarne abrió la boca. Este bastardo anormal no puede hablar en serio. Ella era la única encargada de los explosivos y, sin ayuda, era una petición absurda. Empezó a balbucear enfadada, tratando de encontrar el peor insulto que pudiera lanzarle al ruso. Mientras su mente estaba ocupada y ardiendo de rabia, no se dio cuenta de que el hombre estaba a pocos centímetros de su cara.

    Una mano enguantada sujetó la delgada mandíbula de la chica y, sin esfuerzo, le levantó la cara para poder mirarla fijamente. Los ojos agotados, con profundas ojeras, miraron directamente a los del soviético, grises y fríos, que parecían clavarse como navajas en su cuerpo. Ella seguía sintiendo ira en su interior, pero su cuerpo se quedó completamente inmóvil, sin saber si era porque sabía de antemano que no podía luchar contra él o, por el contrario...

    —Hum. Al menos, dentro de tu inutilidad hay algo de animosidad... Sí, tú y yo vamos a ser muy buenos amigos. —El rostro era claramente más maduro y sabio, y se acercaba cada vez más. Con la mano libre, Karabanov se quitó el cigarrillo casi terminado de la boca y le echó una bocanada de humo en la cara. Lo único que podía ver era casi oscuridad, ya que la figura estaba a contraluz, y lo único que podía percibir era el olor a tabaco, a la colonia ranciosa que parecía llevar puesta y a alcohol fuerte procedente de su boca. Todo ello la abrumó hasta el punto de debilitar su cuerpo.

    —¡Pgh! ¡Uf! —Ella no se molestó en ocultar su malestar. —Txoriburu zikin...

    —En cristiano, por favor. No entiendo ese idioma de salvajes. —Karabanov miró más de cerca el rostro de Bakarne, que escupía con ira.    —Vaya...

    Una malicia irreconocible brilló en los ojos del hombre. Una sonrisa especialmente traviesa se extendió por su rostro y antes de que ella pudiera reaccionar, le puso el pulgar en los labios. Sin aflojar nunca el agarre para mantenerla muy quieta frente a él. Bakarne se dio cuenta de que en realidad se estaba relamiendo los labios de forma salvaje.

    —¿Qué coño estás...?

    —Joder, lo que hay que ver... Tu expediente dice que no te llevas bien con los demás miembros... qué desperdicio. —Karabanov volvió a dar una calada a su cigarrillo. —Con esos labios, podrías complacer a cualquier hombre, ¿eh?

    —... ¿Qué?

La habitación quedó en silencio mientras el aliento pesado con sabor a alcohol embriagaba a la chica. El sudor de la ira anterior se había enfriado y corría cruelmente por su cuerpo mientras permanecía bajo el hechizo de Karabanov. Una sonrisa menos malvada, pero con mucho buen humor, comenzó a aparecer en el duro rostro. Bakarne no quería confirmar los pensamientos que pasaban por la mente de su nuevo jefe, pero este no tenía reparos en expresarlos en voz alta y clara.

    —Estoy deseando verlos debutar en mi polla. —El acento espeso y distante pronunció esa frase lentamente, acentuando deliberadamente cada palabra con un tono lascivo. Estaba a punto de salivar, era obvio. Era un animal refinado, pero capaz de destruir a su presa. Silencioso. Tal y como apareció en el bosque, después de acecharlos. Su dedo entró en su boca y el sabor a lana vieja inundó el paladar de Bakarne. Sus dientes intentaron retenerlo sin éxito, mientras ella no dejaba de salivar ante la intrusión. Toda la cabeza le daba vueltas. Nadie se había atrevido nunca a tocarla, y mucho menos así. Ese estúpido ruso se estaba tomando demasiadas libertades.    Intentó morder con más fuerza, logrando desgarrar la tela y llegar a la carne, mientras su lengua estaba sujeta por el dedo de él. En cualquier momento podía atragantarse.

    —¡Vamos, muerde más! ¡Hunde tus colmillos en mí! Eso solo me pone mucho más duro.

Finalmente, Bakarne pudo reaccionar, sintiendo cómo un torrente de sangre recorría su cuerpo. No sabía qué era, pero todo su cuerpo recibió un calor distinto al de la ira. Pero no era algo en lo que fuera a detenerse a pensar. Un golpe de rodilla casi certero. Sin embargo, y aunque logró separar a Karabanov de ella y le permitió escapar, no tardó mucho en inmovilizarla contra la mesa. Se quedó paralizada de nuevo cuando todo su peso inmovilizó sus muñecas contra la tabla llena de explosivos.

    —No tienes lo que hay que tener. —Bakarne lo desafió, lamiéndose los colmillos, donde había un rastro de sangre de su dedo. Pues que sea lo que tenga que ser. Notó claramente un bulto que presionaba muy, muy cerca de sus partes más íntimas. Karabanov la miró sin dejar de sonreír.

    —Tú tampoco.

    Y la soltó. Sin forcejeos. Bakarne se quedó sorprendida por un segundo, parpadeando confundida. La furia la dejó libre. Los olores fuertes y desagradables se disiparon junto con el humo del cigarrillo. Se incorporó un poco y miró extrañada al hombre bestia que estaba frente a la puerta.

—Serán 50 al día. Pero más vale que sean potentes. —Karabanov cogió una espuma de borrar y eliminó la fila de números escritos en la pizarra para llevar un registro del trabajo. Luego escribió el nuevo. —Me refiero a las bombas. Ya hablaremos en otro momento de las mamadas que tendrás que hacerme a diario.

    Lanzó el rotulador de la pizarra al aire y se marchó sin despedirse. En la soledad del taller, completamente silencioso, Bakarne solo podía intentar ponerse en pie confundida. Se llevó una mano al pecho, donde sentía que su corazón había empezado a latir un poco más fuerte de lo habitual. ¿Era eso posible?

    —Estúpido bebedor de vodka... —Se agarró la chaqueta con fuerza, tratando de encontrar una forma de expresar el torbellino de emociones que le sacudían la cabeza. —¿De dónde demonios has salido...?

***

    George sintió gotas de sudor frío resbalando por su frente. ¿Cómo era posible con el frío que hacía? También le sorprendía no haber muerto de hipotermia.

    —Así que venir aquí significa la muerte.

    —Sí. Eso es lo que significa.

    Fanny había vuelto por la tarde para visitarlo. De hecho, esa fue la única visita que recibió ese día; ni siquiera una enfermera o un médico vinieron a examinar sus heridas. Ella también tuvo la amabilidad de traerle algo de comida: unos trozos de pan y agua sucia. El tiempo se le hizo eterno mientras sus dientes intentaban morder con todas sus fuerzas y su estómago se resistía a vomitar.

    —Incluso las raciones militares habrían sido una alternativa mejor que esto. ¿Cuánto tiempo ha estado este pan en las estanterías? Podrían cambiar las armas por estas chapatas rancias.

    —Puedes dar gracias de que no me dieran ninguno de los que tenían moho. —Fanny sonrió. A diferencia de su presentación inicial ahora se sentía menos conflictiva, ya que ambos parecían más sinceros el uno con el otro. Aun así, él sentía que ella desprendía un aroma a muerte y peligro, una animosidad inquebrantable lista para atacar a la mínima provocación.

    —Gracias por la cena. —George dejó el plato en su mesita de noche. —¿Vendrás mañana?

    —Mmm. No estoy segura. El nuevo entrenador se está volviendo insoportable y planea volver a darnos un repaso, así que puede que esté ocupada.

    —Ya veo...

    —No te preocupes. Estoy segura de que tu novia vendrá a verte. —Dijo Fanny con una sonrisa.

    —¿Emmy? Quiero decir, ¿hablas de Banan?

    —Sí.

    —No, nosotros no... Eso fue hace ya un par de años. Ya está prácticamente enterrado.

    —Al igual que los cadáveres de muchos fascistas. —Fanny cruzó los brazos mientras se dirigía hacia la puerta de la enfermería. Y sin embargo, sus fantasmas siguen acechándonos.

    El suave clic de la puerta convirtió el ambiente, que antes era cálido, en el interior de un ataúd. Y George se sintió como un cadáver que no podía morir, mirando una vez más al techo, ya que incluso la presencia de Pujay había desaparecido.

***

    Nadie estaba dispuesto a romper el silencio de la noche. La autoridad del nuevo jefe de la división había impuesto un nuevo orden. Nadie cuestionaba su capacidad para silenciar a cualquiera que fuera capaz de responder, y quien lo hiciera recibía un agujero entre las cejas como regalo. Ni siquiera las botas de Karabanov perturbaban la calma de la oscuridad reinante. Con un paso elegante, similar al de una marcha militar, la oscura figura cruzaba los pasillos de la base. ¿Había dormido en algún momento? ¿O era realmente un demonio con la capacidad de manifestarse sin descanso para torturarlos?

    Sí. Este es mi lugar. Ninguno de estos mocosos podrá oponerse a mis planes. Aquí puedo tomar lo que me plazca sin que un montón de maricones me impongan su moral. Y sin embargo, también hay miembros que serán útiles. Quizás pueda construir mi paraíso aquí... Ah, si tan solo pudiera al menos vivir en el exterior...

    Lentamente, una mano se extendió en silencio para entrar en la oficina de Lázár. El autoritario anciano estaba recostado en una silla, escuchando música con auriculares.

    —Miralo, ahí está. No podría ser más fácil.

    Segundos después, el lider yacía en el suelo y la alfombra estaba manchada de un rojo más intenso. La mano empuñaba la pistola sin silenciador. Pero no le importaba. Fue lanzada al suelo para que el asesino pudiera huir.

    —Gracias por su servicio.


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