—Venga, repítemelo otra vez.
—Será mejor que apartes tu hocico porcino de mi cara, querida. Que mi trabajo aquí no va de cuidar a los animales.
Los dedos de Banan tecleaban delicadamente sin descanso, ignorando por completo las quejas. ¿Había alguna forma de eliminar plagas sin utilizar productos químicos tóxicos? Desde luego. Pero a pesar de todo disfrutaba de los ataques verbales a los que podía responder con indiferencia, especialmente hacia aquellas personas que no le eran gratas. Como la fogosa pelirroja que la miraba con cara de exceso de confianza. Alejada de las estancias comunes, la fría y estéril oficina de la directora general de la 17ª División era uno de los pocos reinos de calma que quedaban allí. Y eso encajaba con la personalidad severa y diligente de la propia directora, Banan. Mirando la pantalla de su ordenador mientras ignoraba a su invitada.
—Mira, no te estoy pidiendo que me consigas un conjunto completo de armas, pero ¿cómo esperas que trabaje sin unos buenos materiales? Tienes que empezar a tomarte este trabajo en serio, ¿no crees? —Fanny tocó el punto débil de la mujer encargada de gestionar los tejemanejes de la operación.
—Si no lo hiciera, los que son como tú estarían echando el diente a más de lo que realmente pueden permitirse.
Banan
sintió un cosquilleo en el pelo y se ajustó el hiyab. Siguió
tecleando. La pantalla solo mostraba los archivos de texto de los
miembros recientemente destrozados en batalla, asegurándose de
eliminarlos. No era necesario notificarlo ni confirmar nada, solo
hacer clic repetidamente en —Sí».
—Solo es una caja
extra.
—Ni caja ni cajo. Recibirás tu parte cuando llegue
la próxima tanda de útiles. —Puede que fuera una rutina, pero
todas las rutinas acaban por resultar cansinas.
—Bah.
La
directora se recostó en la silla, cómodamente. Sus manos hicieron
un gesto de —pírate» a Fanny. La pelirroja se puso aún más
cómoda en la silla de plástico barata. Estoy afirmando mi
dominio. Eso es lo que la chica irlandesa intentaba insinuar con
cada centímetro de su cuerpo, cruzando las piernas y colocando las
manos detrás de la cabeza, ajustándose el gorro de punto mientras
efectuaba su maniobra.
—Vete, de verdad. Tengo que informar
y hablar con el nuevo.
—Haz que me vaya.
Antes de que
la discusión unilateral pudiese continuar, se oyeron unos golpes en
la puerta. Banan cogió un expediente de la pila que había junto a
su teclado.
—Mira, tengo trabajo que hacer. Y supongo que tú
también, ¿no?. —Banan se quitó las gafas de trabajo. —¡Lárgate,
bicho!
Chamán
entró en la habitación y la miró durante un segundo... antes de
quedarse paralizado. No reconoció a la pelirroja vestida de negro,
pero se quedó boquiabierto al ver a Banan.
—¿Emmy? ¿Eres
tú? —Su figura era más grande y algo más corpulenta que la de
ambas, pero su cara de cachorro confundido le hacía parecer más
vulnerable, aunque agradecía que la máscara y las gafas de sol
ocultaran su aspecto y sus emociones. Tras un gesto silencioso, se
aventuró a acercarse más. —Lo siento, quiero decir... No te
gustaba ese nombre, ¿verdad?
—No pasa nada. Por favor,
siéntate. —Banan se volvió a poner las gafas y sonrió
amablemente a Chamán—. Me alegro de verte sano y salvo.
—Hum,
¿desde cuándo...? —Se armó de valor, esperando a que Fanny se
levantara de la silla con toda la calma posible, mientras esta
mostraba con una sonrisa de satisfacción en el rostro.
—Disculpa.
—Oh, no hay problema, grandullón.
Incluso
Banan miró con sorpresa a la indómita Fanny, que se alejaba
dócilmente de la silla. Un segundo después, volvió a su ordenador,
en el mismo momento en que se cerró la puerta tras la atrevida chica
que salía de la oficina. —Te voy a matar.
—¿Qué?
—Chamán se sorprendió por la repentina amenaza. —¿Qué he
hecho ahora?
—Oh, es broma. —Ella le sonrió.
—Solo necesito que firmes estas copias.
Ella manejaba una carpeta con unos cuantos papeles. Chamán se inclinó sobre ellos y apenas leyó un par de líneas antes de firmarlos.
—¿Esto
es todo? —Se sintió algo nervioso al levantar la vista hacia ella.
Pero si hubiera mencionado algo de su pasado, no habría habido otro
resultado posible a que ella lo negara. Un suspiro ahogado salió de
sus labios. —¿No hay preguntas?
—Ya me han respondido a
todas las preguntas antes de que llegaras. Suministros, duración de
la estancia, motivo.
Hablando de eficiencia. Sin duda se
preocupaban por la burocracia, pero no tanto por la calidad de vida
de la misión, fuera cual fuera. Banan guardó los papeles en la
carpeta, los colocó diligentemente con un golpe seco sobre la mesa y
giró suavemente su silla hacia la pared que tenía a su espalda,
donde se encontraba el archivo físico. Tarareando, comenzó a buscar
entre los archivos con la letra K para guardarlo.
—Hum.
Supongo que entonces debería volver y prepararme para la expedición
del nuevo miembro.
—¿Nuevo miembro? —Banan lo miró— No
viene nadie nuevo. Que yo sepa, vamos.
Chamán negó con la
cabeza.
—Bueno, eso es lo que dijo el viejo. Un nuevo líder para ayudar con el entrenamiento. Van a enviar a algunos chicos a recibirlo y siento que debería formar parte de ello. Ya sabes, una misión de reconocimiento.
Banan se llevó los dedos a los labios. Parecía genuinamente confundida.
—Bueno...
el viejo siempre se olvida de decirme cuándo llegan personas nuevas,
hace años que no está muy presente... así que podría ser que no
me hayan informado. Aunque eso es algo poco habitual, porque los
altos mandos suelen enviarme información sobre las personas que
llegan con antelación.
—¿Entonces conoces a todos los
miembros? —Eso decía mucho de la discordancia entre las
habilidades de los diferentes funcionarios de la división. —Sigues
siendo un cerebrito, obteniendo tanta información y sin dejar pasar
nada fácilmente.
Ella le devolvió la sonrisa y la
admiración.
—Gracias.
Pero no me adules demasiado. Solo te quedarás un rato, como
siempre.
—De nada. —Chamán se mordió los labios por
un segundo. —De todos modos, ¿adónde debo ir para recargar?
Chamán
deseaba haber podido quedarse un poco más. Aunque sabía que los
sentimientos del pasado nunca volverían a renacer, se sintió como
en casa durante los breves momentos que pasó en su oficina. Algo que
era difícil de decir de los pasillos sucios que llevaban al segundo
piso. Casi abandonados, ya que la estructura principal y las
habitaciones utilizables se concentraban en el primer piso y el
sótano, donde se encontraban los dormitorios. Quienquiera que
hubiera tenido esa idea, sin duda no se preocupaba por los miembros.
Sus pasos resonaban sonoramente cada vez que caminaba.
Era
algo escalofriante. No solo eso, también había ventanas. Ventanas
reales, claras y visibles, tanto intactas como rotas. El paisaje
nevado y la naturaleza del exterior contrastaban con los tristes
pasillos llenos de escombros y grafitis. De alguna manera, parecía
una universidad olvidada en medio de la montaña. ¿Quién residiría
en esa parte tan miserable del edificio? Lo bueno era lo fácil que
era encontrar la puerta por la que tenía que entrar para coger su
equipo.
Supongo que alguien no es muy querido por
aquí.
En la puerta había colgado un cartón con un dibujo tosco de la chica pelirroja con gorro, tachada con una gruesa línea de tinta roja, con la clara intención de mantenerla fuera de allí. Encima, otro decía «Almacén». Chamán quería saber en secreto el motivo de la prohibición de la chica que acababa de ver. Pero de alguna manera supuso que la gente ni siquiera se molestaría en empezar a explicarlo. Golpeó la puerta con el puño con firmeza.
—¿Sí?
—Se oyó una voz burlona —¿Quién es? —Parecía que la persona
que estaba en la habitación no estaba de muy buen humor.
—Me
llamo Chamán. —George hizo todo lo posible por dar la mejor
impresión de ser el tipo guay que tanto deseaba ser, incluso después
de su fracaso inicial en la oficina. —Vengo a cargarme de plomo.
—Se apoyó en la puerta para escuchar a escondidas si había alguna
conversación jugosa antes de eso. Sin embargo...
—No, es el
tiparraco nuevo, el imbécil está intentando quedar de chulo. Kaiku
izugarria.
No entendió la última parte, pero tampoco le
hizo falta. Frunció el ceño y se apartó de la puerta, que estaba
abierta ahora. Salió algo de humo de la habitación. Apareció una
mujer con gafas y le hizo un gesto con el pulgar para que entrara.
Era la misma chica que había visto despreciando el trabajo que le
habían encargado para traer al nuevo miembro. No solo eso, sino que
los demás «voluntarios»
también estaban allí.
—Buenos días, guapo. —La chica
con uniforme nazi y aspecto de princesa estaba cargando un par de
UZIs. —¿Qué pasa, es tu primera vez en una División, eh?
—Evidentemente, Chamán había puesto una cara de disgusto difícil
de disimular al mirarla. —No les importan los miembros, siempre y
cuando consigan números en sus filas.
—Acabo
de darme cuenta. —Manteniendo la frialdad, echó un vistazo a la
habitación. Sin embargo, el joven de aspecto juvenil lo miraba con
cierto respeto. Se preguntó si era tan inocente como parecía. Ver a
personas tan diferentes tan cerca unas de otras estaba dañando su
propio sentido racional. —¿Cómo es que no os matáis los unos a
los otros?
—Simplemente nos odiamos y nos follamos.
—Respondió la chica. —Me llamo Elizabeth, tiarrón. Pero puedes
llamarme Eli. Y el saco de carne ese es Emil. —El aludido se quitó
la gorra del uniforme e hizo una reverencia formal. —Es un marica y
un yogurín que va en ambos sentidos, pero está bien dotado y es
útil de vez en cuando.
—Oye, niña, que también soy
inteligente. —A pesar de sus protestas, Emil era sin duda una
persona dócil y relajada. Además, era extrañamente tranquilizador
ver a la otra chica actuar de acuerdo con su ropa, o eso pensaba él.
De lo contrario, el agente sentía que se le iba a derretiría el
cerebro y se le saldría por las orejas.
La habitación
estaba llena de cajas, cada una con un arma y munición diferentes.
En el centro, había una mesa repleta de cables, armas, munición
esparcida y, como si la hubieran empujado distraídamente, una
cantidad increíble de ingredientes explosivos y bombas a medio
fabricar.
—Oye, idiota. ¿Qué necesitas? —La chica de las
gafas estaba relajada junto a una de las estanterías, bebiendo una
botella de vino. Parecía ser la dueña del almacén. —No seas como
estos perezosos y agarra tus cosas de una vez.
—¿Así es
como tratas a tus clientes? —Bromeó Emil.
—Ojalá
fuerais clientes. Serviros gratis es un dolor en el culo. —Ella
resopló. Chamán intentó descifrar su expresión, pero su sonrisa
maliciosa y su mirada perdida eran demasiado extrañas para él. De
todos modos, su curiosa y enorme boina, junto con su cabello
revuelto, le cubrían casi todo el rostro. —¿Cuál es tu trabajo,
chico narco?
—Tenía pensado ir con vosotros a buscar al
nuevo entrenador. Asegurarme de que esa persona pueda entrar sin
peligro. —A los pocos segundos de pronunciar esas palabras, todos
se echaron a reír. —¿Qué? ¿He dicho algo gracioso? —Su voz
sonaba áspera y seria, pero no sirvió de nada.
—Genial.
Más protección desechable para nosotros. —Eli sonrió. —Qué
pena, ¿no quieres disfrutar un poco de este cuerpo antes de que te
vuelen por los aires?
Las
misiones de la División solían ser peligrosas, y ellos eran la
denominada élite. Lo que significaba que llevaban allí más de un
par de meses como mínimo y seguían vivos. Pero, ¿era realmente tan
difícil para los recién llegados participar en tareas sangrientas
sin morir en el proceso? En cualquier caso, no podía retirarse tan
fácilmente. Su reputación y su orgullo se sentían de alguna manera
heridos. Después de todo, había sido entrenado desde joven por los
mejores. Su padre era una leyenda, así que no había razón para
que, tras su propia carrera y sus éxitos pasados, fuera menos que
unos guerrilleros sin experiencia previa.
—Oye, deja de
zorrear por al menos dos minutos, maldita alemana. —La chica de las
gafas preparó un par de pistolas y se las colocó en la chaqueta.
—Escucha txikitxo, y déjame dejar algo claro. Has venido al
lugar indicado para recargar munición, pero no puedes aparecer y
actuar como si fueras el jefe. Y much menos cuando está claro que te
faltan unos cuantos tornillos. Si no quieres problemas, aprende cual
es tu lugar. —Procedió a coger un rifle de asalto y unos
cuchillos. —¿Estos juguetes satisfarán al niño pequeño?
Chamán
los cogió en silencio.
—Serán suficientes para aplastar
cualquier molestia que se me ponga por delante.
—Vale, sigue
con tu rollo, me importa una mierda pinchada en un palo. Y todos
vosotros, coged vuestras cosas y largaos. Tengo que terminar un
trabajo. —La chica dio un sorbo a su botella y Chamán salió de la
habitación.
***
Un
familiar zumbido de luces. Las paredes pintadas de amarillo y blanco.
Mesas de madera. La cafetería tenía el aspecto típico a la que se
encontraría en un instituto. Los ruidosos miembros hacían cola para
conseguir la mejor comida disponible y así se les recompensaba.
Servida directamente desde las entrañas del fregadero de la cocina.
Chamán no encontró sitio para sentarse después de recibir su
ración de repulsivos nutrientes, así que se quedó de pie, con la
espalda apoyada en la pared, tratando de imponer su dominio. Como le
resultaba posible, mientras tenía que meter la comida repugnante
debajo de su máscara, haciendo que se le pegase por dentro el olor
pútrido que emanaba.
Pero, por supuesto, a nadie parecía
importarle una mierda. Todos estaban ocupados en lo suyo, discutiendo
lo terrible que parecía el menú de ese día, o sobre las orgías
desvergonzadas que algunos organizaban para pasar el tiempo entre
masacres y reuniones informativas.
Cuando logró tragar la
mitad de lo que se suponía que era una especie de pan con
mantequilla, con la textura del chicle y el sabor de cien ratas
pasando por los estantes, oyó un leve golpe a su lado. Su
inexpresivo pasamontañas con forma de calavera miró hacia allí y
allí estaba ella.
Fanny se había quedado mirándolo. No era
mucho más baja que él, por lo que sus miradas se cruzaron casi al
instante. El instinto primitivo de huir se activó. ¿Era posible que
no se hubiera dado cuenta antes de lo peligrosa que era? Sus entrañas
comenzaron a temblar ante aquellos penetrantes ojos verdes.
—Hola,
guapo. —Ella sonreía con mucha dulzura. Si solo se fijase en su
apariencia, no parecía tan diferente de los demás miembros.
—Hola.
—Él respondió con fingida frialdad.
Como si fuera un
cachorro, ella ladeó la cabeza. Algunos de sus rizos le caían sobre
la cara y se puso las manos en la espalda, adoptando una pose de
curiosidad.
—Tienes muchas pelotas, ¿eh? Venir aquí
voluntariamente y todo eso.
—¿Y qué? —Se llevó más
comida a la boca y la masticó. —¿Formas parte de la expedición para
traer al nuevo entrenador?
Su sonrisa se curvó en una
expresión diabólica y sombría.
—No. No me relaciono con
los perros que ladran desde abajo. —Se recostó contra la pared aún
más. —Élite es solo un nombre elegante para aquellos que
no son destrozados en pocos días. Pero al final, solo son los
macacos que hacen los recados más peligrosos. Tengo más dignidad
que eso.
—Entonces debes de ser una experta.
—No.
Llegué aquí hace apenas un mes y estoy muy aburrida. Tengo un
taller muy bonito y me quedo allí pretendiendo que trabajo, poco
más.
Miembros que desperdician recursos siendo de ninguna
utilidad, anotado.
—Eso no está bien.
—Oooooh.
No me vengas con la mierda de moralidad de chico majete de ciudad
sobre el bien común o el trabajo en equipo. Esto es un infierno,
sobrevivir es el objetivo principal. No es solo una maldita granja de
cabras llena de sucios hijos de puta que intentan cometer la
violencia que se les ordena, sino un nido de criminales que acaban de
huir y necesitan un lugar donde quedarse si no quieren acabar en la
cárcel. —Miró a la gente y les hizo una señal con el pulgar. —La
gente de aquí no es más que un montón de restos de un zoológico,
¿y vosotros queréis que juguemos limpio y seamos amables? Puede que
eso sea cierto para esos cabrones de la CIA y las fuerzas militares,
pero nosotros aquí no somos así. Solo hacemos lo que podemos. Con
lo que vosotros tenéis la dignidad de enviarnos.
Oh,
vamos. No vine aquí para que me den una lección. Si tanto querían
evitar acabar en la cárcel, ¿por qué la mejor opción era unirse a
una operación paramilitar? Realmente no velan por los intereses de
ningún país.
—Sí, bueno, quizá deberían hacer lo
que les decimos y así tendríais mejor comida y recursos. —Espetó
finalmente.
Los ojos esmeralda de Fanny se abrieron.
—Oh,
joder, aquí tenemos a un tipo con grandes ideas. Apuesto a que eres
muy popular entre tus jefes. ¿Cuántos centímetros te han abierto
el culo? Oh, espera... ¿debería preguntar cuántas pulgadas?
Esta tía
es peligrosa.
—Quizás
debería follarte el culo para que aprendas modales.
—Kgh.
Fanny
se rió y se marchó. Chamán sintió que algo moría dentro de él
después de decir aquello. Si algo le fastidiaba de su trabajo era
enfrentarse a la gente. Pero tenía que fingir que era un personaje
fuerte para sobrevivir. Al fin y al cabo, yo no soy muy diferente
de ellos.
Pero no es momento de ponerse cariñoso con
nadie. Tengo que conseguir más información sobre las operaciones y
esta división catastrófica si quiero salir de este agujero de
mierda.
Y así, comenzó a caminar hacia la salida,
pasando entre el polvo y los escombros, donde los «Elites»
ya le miraban con malos ojos por hacerles esperar.